lunes, 29 de diciembre de 2008

De Funesta Tesitura

Los hechos le situaron allí. Nunca supo por qué llegó a cometer aquellos actos, pero ocurrieron, él los llevo a cabo y ahora veía el cadalso, blanco, pulcro, impoluto…sólo pintado por las almas de los que allí murieron, por las gotas de sudor frío que sólo la muerte es capaz de inspirar, pintado de lagrimas, llantos desgarrados, arrepentimientos, de muchos “lo siento”, de “nunca quise”, de silencios estridentes, de gritos ahogados…de colores funestos que tan sólo podían distinguir aquellos que estaban destinados a subir escalones que nunca habrían de bajar por su propio pie.

Los días previos se mentalizó, se resigno y aceptó la suerte que dictaba la sentencia: “horca hasta la muerte”. Decidió ser fuerte, afrontar el destino y mantener su dignidad hasta el último momento. Reflexiono sobre aquel instante, se vio a sí mismo, se proyectó en aquella tesitura y analizó sus reacciones. Asimiló el dolor, la rabia, la tortura de la espera, el instante de agonía y digirió aquella mezcla intragable que taladró sus intestinos rompiendo su férrea voluntad. Sólo le quedaba dar sus últimos pasos con la cabeza bien alta, o simplemente mirando al frente.

Flanqueado por los funcionarios se abrió paso entre los allí presentes. Individuos indignados y altaneros, creídos de poseer la justicia, pecadores en cierto sentido. Su silencio indiferente se le clavó en el corazón, no esperaba ese dolor. Condescendencia en los menos, parco consuelo. Sólo unos metros para el primer escalón, y toda su preparación, su paz y fortaleza simulada se vinieron abajo. “¿Así que esto es el MIEDO?”

Maniatado aumentaba su vulnerabilidad, sus piernas empezaron a temblar. Hondonadas de calor que partían de su estomago recorrieron todo su cuerpo, e inundaban su cerebro. Se transmitían por sus miembros que se agitaban por el pánico, y acaban en los dedos de sus pies y manos que sentía terriblemente fríos. Sentía como se perdían las caricias que había acumulado con el tiempo, que sus manos eran ya carne trémula. Sin darse cuenta rompió a llorar, y deseó ahogarse en su llanto en ese mismo momento. Hubiera preferido una muerte de pena súbita antes que aquel humillante fin para su vida.

Comenzó a subir los escalones que lo conducían a la soga, y realmente no tenía fuerzas para subir. Los funcionarios tiraban de él pero no podía andar. Como un niño pequeño que todavía no tiene fuerza en sus piernas para sostenerse en pie, aquel hombre que no era corpulento se venía abajo, y por un breve instante recordó a su madre que lloró con él su sentencia, que lloró con el sus últimos días, que lloraba en ese instante apenas a 50 metros de la sala. Sus rodillas fallaron y un golpe contra el borde de un escalón metálico le devolvió a la realidad.

Sentía cómo sus sienes latían con fuerza, el dolor del llanto forzado se acumulaba en su pecho, comenzaba a sudar. Sentía frío, sentía una soledad infinita que no se merecía. El último escalón llegó demasiado pronto y paradójicamente deseaba morir, pero temía que le mataran. Temía el dolor y la agonía, temía las miradas de la gente que lo observaba. Los funcionarios lo giraron sobre sí mismo y quedo de cara al “PÚBLICO”. Sentía la boca amarga y seca, nunca llegó a probar el vino de su última cena. El pánico le inundó de tal forma que le costó reconocer el líquido caliente que recorría sus piernas, sus propios orines. Su cuerpo se estremecía y nada podía hacer para remediarlo.

Deslizaron una capucha negra por su cabeza, y sus lloros se hicieron ahora audibles. Su última imagen fueron decenas de miradas de odio, rayos de sol atravesando ventanas con barrotes y una soga acabada en nudo corredizo que arrastraba por el suelo a su lado. Uno de los funcionarios ajustó la soga a su cuello, su tacto era desagradable e irritaba su piel. Sentía su cuerpo arder. Las correas de cuero que se ceñían a sus brazos y piernas le agobiaban de sobremanera. Los temblores quedaban confinados a la estrecha holgura que le concedía el material y la claustrofobia se apoderaba de su mente. Sus últimos recuerdos fueron el sonido de una palanca golpeando contra un tope, una sensación de vértigo e ingravidez y un latigazo sobre su cuello que se descoyuntaba por el impacto. La sensación de ahogo había comenzado ya antes de empezar a caer, pero ahora le producía punzadas de dolor en todo el torso. Sus costillas se arqueaban monstruosamente tratando de forzar a que el aire entrara en los pulmones. Tras un pico de dolor humanamente insoportable llegó la paz, y todo acabó…el tiempo nunca demostró lo que sólo el sabía: su inocencia.

jueves, 15 de mayo de 2008

La vuelta a lo natural

El mundo entero se conmocionó con el "Efecto 2000", y temió incluso por la supervivencia de la raza humana. En el fondo siempre fuimos muy exagerados, y lo veíamos como una catástrofe absoluta que arrastró a las empresas a gastar millones en realizar mantenimiento en sus sistemas informáticos. Sólo pretendíamos poder representar la cifra "2000" en los relojes internos de los computadores, y al final ocurrió que el problema del siglo se convirtió en el negocio de la historia. La gente no se dio cuenta que el auténtico problema estaba en la cifra 2008.

Un joven ingeniero, inteligente y cachondo como él mismo (y muy visionario alla por 1960) embebió un virus codificado electrónicamente en los circuitos más básicos utilizados en los procesadores de los ordenadores...y aunque mejorado, aquel circuito primigenio quedó inmortalizado en todo artefacto electrónico. La instrucción era sencilla, al llegar una fecha secreta del 2008, los sistemas dejarían de funcionar, todos los sistemas, todo lo que llevara dicho circuito integrado, aquel circuito que se hacía básico en la vida actual...y desde aquel día, el ingeniero quedó a la espera, incrédulo ante el posible éxito de su broma...y el tiempo pasó.

Aquella mañana los interruptores no funcionaron como habían hecho desde que tenía memoria, y aunque me alarmó al principio mi preocupación duró tan sólo hasta que subí la persiana. Ni la tele, ni el frigorífico, ni el exprimidor nuevo funcionaban. Mi hermano pequeño lloró ante su portátil de juguete, me pedía que se lo arreglara que para eso sabía de ordenadores. Subí al desván y encontré un viejo lápiz de carpintero de mi abuelo, un lápiz con el que yo hubiera jugado otrora. Se lo di junto con algunos folios blancos, y sinceramente, nunca vi a mi hermano pequeño dibujar con tanta ilusión.

Cómo no, mi moto tampoco funcionaba. El ordenador de abordo sólo acertaba a mostrar un mensaje incompleto en el que se leía "Eror n e sstem d arranqe". Así que me calcé mis gafas de sol (que sí funcionaban), un libro que mi madre solía leerme, y me lancé a pasear por la calle. No había problema de atropellos, los coches modernos yacían inmóviles ante la mirada alucinada de sus dueños, y los coches viejos se paraban al gastar su combustible, pues el ordenador central de las estaciones de servicio no funcionaba, y los surtidores permanecían bloqueados.

En mi paseo, vi que había niños en la calle, que jugaban con balones (todavía) y combas, e incluso los había que jugaban con cartas y cambiaban cromos de fútbol...Uno de los más pequeños arrastraba el mando de una videoconsola a modo de perro de juguete, cada uno en su mente ve las cosas como quiere, es cuestión de echarle imaginación. La desesperación matutina daba paso de nuevo a la normalidad, la gente se tranquilizaba, y desempolvaba viejas máquinas de escribir amontonadas en los almacenes de las oficinas. Como en clase no había luz, me quedé en el parque leyendo, y me dio la tarde, tarde.

Y curiosamente llegó ella, una amiga con la que hablaba de todas formas menos en persona. La tecnología no siempre acerca a la gente, y ya estaba cansado de hablar con ella por mail, o mensajes, o Messenger, o blogs, o llamadas rápidas de esas de “no tengo tiempo de hablar más”. Se sentó enfrente de mí, y realmente me costó reconocerla pues la imagen que venía a mi cabeza cuando pensaba en ella era la de la pantalla del móvil o el ordenador. Y aunque cada vez decimos más palabras, decimos menos cosas, nos las guardamos, nos las tragamos, se nos indigestan.

En medio del silencio, se escuchó algo dentro de mi mochila. Esa mañana, junto con el lápiz que buscaba para mi hermano encontré también una radio antiquísima de mi abuelo, tan antigua que funcionaba, y la encendí sin querer al cogerla. En ausencia de emisoras, la radio guardaba silencio, paro ahora emitía un débil mensaje que decía "A la atención de los ciudadanos: fallo en sistemas encontrado. Error recuperable. En cinco minutos todo volverá a funcionar". Por lo visto, aquel joven ingeniero no quiso condenar a la humanidad, y su virus funcionaba de forma temporal y sólo durante unas horas. Aquel visionario programó un tirón de orejas a los hombres de hoy, y le salió bien.

Mi amiga y yo nos quedamos mirando, aquel mensaje era alentador, pero la tecnología volvía, y nosotros nos separaríamos de nuevo. Así pues, y de mutuo acuerdo, decidimos brindarnos cinco minutos de sinceridad. Hablándonos a la cara nos dijimos todo lo que no nos habíamos dicho nunca, y las palabras digitales tomaron forma y cuerpo. Una vez que todo estuvo dicho, nuestros móviles comenzaron a recibir señal, las farolas se encendieron, y el niño que arrastraba el mando de su videoconsola salió corriendo a su casa.

Como si no hubiera pasado nada la gente retomó su vida, nosotros nos fuimos de aquel parque, y a partir de ese momento los besos dejaron de ser un símbolo, un icono, o un comando transmitido digitalmente.

lunes, 12 de mayo de 2008

Las microaventuras

Desde mis comienzos siempre me ha gustado la velocidad, no he podido evitarlo. Igual voy por una vía ancha que por los carriles más estrechos y desvencijados. Llevo siempre mi vista al frente, y no me importa lo que dejo atrás. He recorrido miles de veces los caminos que me guían día a día, y desde el primer momento las tracé perfectas. Hoy me estoy arriesgando más que nunca.

Nunca paro de viajar, de arriba a abajo, de un lado a otro, siempre rápido, siempre con otros como yo, amantes de la velocidad. A veces nos perdemos de vista, y en raras ocasiones volvemos a encontrarnos, somos muchos y todos tan rápido...

En una ocasión estuve muy cerca de la muerte. Una de las carreteras secundarias más estrechas de mi región sufrió un desperfecto y muchos otros se salieron por allí, muchos que no volví a ver nunca...pero yo aceleré, como si algo velara por mi velocidad y dejé atrás aquella trampa mortal. Aquel punto negro fue reparado con rapidez, aunque muchos otros desperfectos en el firme que piso están por venir.

Llevo días enteros viajando sin parar, pero no me canso, y estaría así hasta el final de mis días. Sin embargo hoy el tráfico está más agitado de lo normal, todos van acelerados, nerviosos. Todos con prisas. Tomo sucesivas desviaciones hacia carreteras secundarias donde espero encontrar más tranquilidad, adelanto a muchos como yo, veo al fondo una carretera extraña, color metalizado, estrecha, sólo unos pocos van por ahí...serán los más osados...por ahí voy yo. Este túnel es bastantes oscuro, ahí veo luz...MIERDA, ES UNA JERINGA, HE CAÍDO EN UN ANÁLISIS DE SANGRE.

lunes, 5 de mayo de 2008

El cambio que nos queda

La tarde transcurrió tranquila, todo en su sitio, todo en su lugar. Un 18 cumpleaños normal, aunque un extraño nudo en su estómago le inquietaba, y una ira que él sólo sentía en contadas ocasiones (como todo hijo de vecino) era ahora una constante molesta.
Ramiro se fue pronto a dormir, y empezando el calor de la primavera decidió dormir sólo con el pantalón largo de su pijama. A pesar del descenso de la temperatura un sofocante agobio le inundó y bloqueó sus pensamientos, quedando como un mero observador de sí mismo. Sintió cómo oleadas de nervios le inundaban el cuerpo y le hacían temblar. La inquietud que sintiera en la tarde se hacía ahora físicamente visible, y dolorosa. Constantes latigazos de dolor recorrían su espina dorsal y le hacían retorcerse espasmódicamente. Todos sus músculos se tensaban sin control, y notaba una molestia aguda en los tendones de todo su cuerpo.
Sus sábanas estaban empapadas y no atinaba a levantarse, ni siquiera podía encender la luz. Se sentía horrorizado. A la vez, todo el vello de su cuerpo se encrespaba y un chasquido le hizo temblar de terror, su esternón se había quebrado como un cristal frágil sometido a demasiada presión. El pecho empezó a abultarse, mientras las convulsiones amoldaban su cuerpo a posturas más cómodas para su estado.
Ramiro sintió cómo le estallaba la cabeza y se echo las manos a las sienes en un intento ilógico de evitar la explosión de su cerebro, cubriéndolo todo de esquirlas de hueso ensangrentado. Inexplicablemente se araño toda la cara, pero le dio igual, pues el intenso dolor estaba cesando, y daba paso a un estado de paz y percepción que desde siempre había añorado. Su cuerpo se relajaba lentamente y distinguió en la oscuridad todas las formas que dibujaban los muebles de su habitación.
Ramiro se levantó de la cama, ahora sí. Abrió la ventana con lentitud y observó extrañado que costaba manejar la pequeña cerradura de las antiguas hojas de la ventana. Subió la persiana sin el esfuerzo que otrora hubiera tenido que emplear y al observar una hermosa luna llena en mitad del firmamento resolvió de una estacada todas las variables que habían quedado pendientes a lo largo de su vida. Y decidió que había llegado el momento de empezar a ser él.

jueves, 24 de abril de 2008

¡Hasta aquí hemos llegado!

Abrió los ojos y observó la tapa de su ataúd, y el terciopelo morado que tan suavemente solía acariciarlo le arañaba esta vez la piel. Su capa, típica, clásica, y obligatoria para los de su categoría le ahogaba. El cuello picudo y almidonado rozaba con sus orejas y le resultaba insoportable.

En cuanto despertó sintió una sed insaciable era...sed de agua, deseaba beber agua fría, lavarse la cara, sentir el frío en los pulmones. Esa idea le causó miedo y terror, se encontró a sí mismo desconcertado y aturdido por ese deseo. Empujó la tapa, era de día, estiró sus brazos y salió con cuidado. Al incorporarse se despojó de todos los atuendos que llevaba por obligación. Giró un espejo que se apoyaba contra la pared y se encontró sorprendentemente aceptable, un poco pálido quizá.

Dio apenas unos pasos vacilantes hacia la entrada de la cripta, descorrió el cerrojo viejo y chirriante y dudó. Tras algunos minutos pensando, decidió echarle cojones y tiró súbitamente de la sólida puerta de madera. Una ola de luz solar baño su cuerpo desnudo y se sintió bien...muy bien.

Al fin y al cabo, no era tan vampiro como los demás le habían hecho creer. Se alegró de dar el salto y cambiar las reglas del juego. No tenía porqué haber nada prefijado...nadie tenía porqué prefijarle nada.

viernes, 11 de abril de 2008

En estado ingrávido

Es más fácil asociar tierra seca y vid a un manchego, que medusas, pepinos de mar, corales, esponjas y pastinacas (sí, vi una alrededor de mis pies). Sin embargo, e independientemente de la geografía y el cariz del terruño en el que uno vive, nadie es capaz de elegir las cosas que más le llenan.

Hasta qué punto tiene uno culpa de lo que le dicta la víscera.

En mi caso, me gusta luchar contra el principio de Arquímedes para asirme a cualquier roca bajo el agua que me permita disfrutar de un espectáculo desconocido para casi todos. Cuando uno esta ahí abajo observando o siendo observado por miles de ojos curiosos, desearía que la respiración fuera sólo un hábito casual, como rascarse o mirar la hora. Sin embargo estamos obligados a subir para descubrir un marco totalmente nuevo en el siguiente descenso.
Os presento aquí algunas fotos que tomé con mi cámara acuática (de carrete, de ahí su escasa calidad). No podréis imaginar nunca la diferencia que hay entre lo que veréis y lo que vi. La zona es Cala Higuera, en San José (Cabo de Gata, Almería)

Más que la falta de aire, el silencio atronador te quita la respiración.

miércoles, 9 de abril de 2008

Cuentas infinitas

Cuando uno en su juventud estudia las sencillas formulas de la fuerza, la aceleración, la velocidad, la atracción entre masas, etc. se queja y maldice las mentes preclaras que las idearon mucho tiempo atrás. Que si no cambié de unidades, que si dividí mal, que calculé la trayectoria en función de la altura, que no sabía que era un vector deslizante...y miles son las excusas (a cual más ridícula) de porque no salen las cuentas.
Sin embargo, uno tampoco se da cuenta de que esas cuentas se suceden invariablemente y de forma continuada a nuestro alrededor, sin fallar nunca y con resultados tan exactos que apenas pueden concebirse.
Perico Universo, hombre viejo y vetusto, llegó a la Administración Universal cuando por orden de alguien que no viene al cuento se puso donde se puso este universo tridimensional en el que vagamos a nuestras anchas (vagamos por donde podemos). D. Universo era un hombre ducho en las matemáticas, la física y la química, aunque de muy de allá para cuando escribía mensajes ininteligibles que lanzaba al espacio en código que todavía ninguna civilización ha conseguido ni reconocer.
D. Universo tenía la ardua tarea de llevar a cabo todas las operaciones y cálculos necesarios para que el universo funcionara día a día, y sus labores se extendían desde fenómenos cuánticos hasta fenómenos estelares de dimensiones intergalacticas. Lo mismo calculaba la fuerza con que pulsamos las teclas de nuestros teclados, como calculaba un instante después el atractor extraño que regía la trayectoria de la fractura que hacía desplomarse los edificios o decidía si una estrella sería un agujero negro, o una enana blanca, o moriría formando conmovedores cúmulos planetarios.
D. Universo no paraba un segundo con sus tejemanejes, y a veces se lamentaba si su vida no sería más sencilla en un universo con menos dimensiones, una cosa más tranquila, como el que dice "una jornada de 9:00 a 15:00", sin embargo su trabajo le apasionaba. A lo largo del día universal, del que todavía no había llegado la noche ni una sola vez, D. Universo solía tomarse ratos de asueto para deleitarse (tan ínfimos que la interrupción de sus labores no interrumpían el latido del Universo tridimensional). En estos ratos observaba la lluvia caer, y creaba perturbaciones atmosféricas (tocando unas ecuaciones diferenciales que sólo el conocía) para dar formas preciosas a las gotas que caían, y lejos de ser formas perfectas, lágrimas idealizadas, las gotas sufrían en su delicada superficie las inclemencias inventadas adrede y por un instante, planeaban y se dejaban caer con gracia sobre aquellos que todavía disfrutan de esta fenómeno sin paraguas. En otras ocasiones, D. Universo truncaba ciertos parámetros para hacer cristales de nieve, e inventaba infinitas formas para para copo, y hasta hoy nunca repitió una forma.
En una ocasión se permitió el lujo de empujar una mariposa hacia el sur de África para poder crear el vendaval adecuado que levantara, 3 meses después, la falda oscura de una preciosa joven que paseaba por Ciudad Real durante un Jueves de fiesta. Además de unos cálculos muy complejos que le llevaron 20 centésimas de segundo, su broma le costó una reprimenda de instancias superiores...y aunque se disculpo por un tiempo limitado, en el fondo supo que mereció la pena todo el tiempo invertido y la visión perfecta.
Sólo una cosa causaba desazón en el corazón de D. Universo, y es que no sabía donde estaba encerrado, conocía las dimensiones de su despacho (que a cada momento le ampliaban para que tuviera más comodidad y almacenara los resultados de sus cálculos), pero no sabía hasta donde tenía que seguir expandiendo el universo, no sabía cuando parar...y en el fondo no lo necesitaba, pero con frecuencia recordaba la frase "podría vivir en una cascara de nuez y creerme el señor de un espacio infinito". No sabía dentro de qué se movían los dominios que le habían adjudicado, y temía que en algún momento su universo tridimensional chocaría con algo y...Sólo podía pensar en un bizcocho con demasiada levadura para un molde tan pequeño, y sentía miedo...un miedo y un vacío infinito...
Tras un café de años-luz, D. Universo decidió que si en varios millones de años no averiguaba donde estaba, reuniría toda la materia oscura y frenaría el crecimiento del universo tridimensional por miedo a romper la caja que lo contenía. Y quedó satisfecho...pero eso ya lo hará cuando sea el momento adecuado.

jueves, 3 de abril de 2008

Indiferente hasta la muerte

Era una de esas tardes tras los exámenes del primer cuatrimestre en las que tienes todo el tiempo del mundo, en las que bien aburrirse o hacer ventanas con palillos resulta un placer. Podría haber limpiado el suelo sucio de mi piso de estudiante, pero hoy no me toca.
Me encontraba yo sentado en un viejo tresillo (adornado con un pañito de esos que hacen las madres y las abuelas), y me sentía algo taciturno porque aquella mañana me había dejado mi novia de hacia mes y medio...el amor de mi vida. Sinceramente me sentía más molesto porque llevaba toda la tarde jugando a la consola y estaba atascado en una puta trampa de la que no conseguía salir. Llamaron a la puerta. Con desgana pulso el "pause" y busco la pantufla debajo del sofá. Rascándome las barbas (luengas por dejadez) me dirijo a la puerta, acerco el ojo a la mirilla...¡coño, La Muerte!
Al abrir la puerta, una muerte muy bien ajada con guadaña reluciente me saludo con una educación exquisita. Aunque los ojos quedaban bien ocultos tras una capucha negra, pude adivinar un mentón huesudo que apenas se movía al hablar.

- Perdona, busco a Felipe, ¿esta en casa?, tiene que venirse conmigo.
- Pues no, pero pasa y te sientas un rato...¿qué bebes?
- No se, hoy ando con mal cuerpo, pero si tienes absenta te agradecería medio vasito.
- ...marchando, aunque es del 24 horas.

Yo sigo con mi partida, aun más cabreado que antes porque sigo atascado y sin saber cómo salir. La Muerte, cruzada elegantemente de piernas, se entretiene con una revista de humor de otros inquilinos que nunca llegamos a tirar. En ese momento entra mi compañero por la puerta, y le saludo animosamente "hola Felipe!!, coge el otro mando y échame una mano", mi compañero me mira extrañado sin saludar nuestro invitado. Aquella Muerte que disfrutaba del humor de unas páginas gastadas por el tiempo se levanto en silencio, pero rápido. Un movimiento maestro con su guadaña y tenía la cabeza de mi compañero en su mano izquierda, el cuerpo apoyado en la pared apenas se mantenía en unas piernas a las que abandonaba la vida con rapidez.

- Bueno tío, yo casi que me voy -dijo La Muerte metiendo la cabeza en un saco aterciopelado, y echándose el cuerpo al hombro-, gracias por el trago.
- Nada, cierra al salir. A ver si tardamos mucho en vernos.

Ambos nos reímos. Sin pizca de conmiseración continuo jugando. Mi NIF dice que me llamo Felipe pero yo se perfectamente con quien se había ido mi exnovia ahora...y con quien llevaba 2 semanas. Me ducho, me afeito y cojo las llaves...mierda, ya se como pasarme la puta pantalla. Mañana lo intento de nuevo, esta noche he quedado.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Enemigo plano

Ultimamente no te entiendo. Si me siento te levantas, si me levanto te sientas.
Te vas en mis atardeceres y en la noche apareces!!
Por el día...en pleno día, me dejas solo y avergonzado, y te adivino en otras gentes, en otras cosas.
Cuando no me doy cuenta vas diciendo a mis espaldas que estoy demasiado gordo, o flaco, o que soy calvo, o que no me peino...incluso bailas si estoy triste, y yo sin poder hacer nada.
Si pudiera pisarte el cuello...
El otro día, estando yo a la sombra de los pinos, vas tú y me haces un vacío de luz; ¡¿se puede saber sombra mía, qué te he hecho yo para merecer esto?!

sábado, 22 de marzo de 2008

"Un epílogo para Alonso" o "La maldición que separa a los amantes que no se han encontrado" (Final de la historia)

Alonso era de los pocos que sabía del paradero de Aldonza, y hablaba con ella muy de allá para cuando. Y aquella mañana que tan triste se levantó, se decidió a hacerle una visita por sorpresa, muy a pesar de su salud. No obstante y por no romper las tradiciones, se escapó de su casa con un vigor que tan sólo puede conferirle a este hombre el ansia de una nueva aventura, de un reto furtivo que llevaría a cabo a espaldas del mundo. Su alma tomaba las riendas del destino del maltrecho caballero y le recordaba porqué avanzó siempre un paso tras otro. Alonso se levantó decidido inundado por una ola de emoción, notando cómo todo el vello de su cuerpo se erizaba en una embestida de pasión y sed de aventura. En esta ocasión no buscaría a Dulcinea del Toboso, sino a Aldonza Lorenzo, y a pesar de su estatus de campesina la miraría como el más humilde caballero mira a la más alta de las reinas…y la amaría.

Aquel remoto pueblo (donde Alonso había escuchado que había hombres-rana capaces de respirar bajo el agua sin que se les encharcaran los pulmones, cosa de brujería seguro) quedaba demasiado lejos para ir andando, o montado en cualquier bestia que se dejara montar. Así que echó mano de Sancho de Azpeitia, aquel que tiempo atrás le hubiera rebanado el cuello de buena gana. Sancho de Azpeitia había comprado un camión (a cómodos plazos) y se dedicaba al transporte, había montado una pequeña agencia a la que llamó “Transportes El Vizcaíno”. Hay quien le criticó por ser poco original, aunque eso es algo en lo que no entraremos ahora.

Pues bien, olvidados los rencores y las épocas pasadas, Sancho de Azpeitia llevó muy gustoso a Alonso hasta el pueblo, donde casualmente tenía que llevar un encargo de vino, de ese tan bueno de Valdepeñas que Alonso degustaba en las comidas.

Como el ávido lector supondrá (más aun si ha sentido la lanzada del amor, y la espera para su encuentro), Alonso vivió el trayecto del viaje como un camino interminable. No obstante, disfrutó y degustó las últimas horas que le separaban de Aldonza, saboreó la emoción que precede al encuentro, y notó como en su boca se dispersaba un sabor amargo fruto de los nervios incontenibles que le producían esa situación. Sabía que aquellos momentos previos eran irrepetibles, que ese primer encuentro tras cientos de páginas y años sería magnífico, emocionante y atronador…y pensaba disfrutarlo segundo a segundo.

A su llegada a San José, Sancho de Azpeitía se dispuso a ayudar a bajar al anciano…cual fue su sorpresa cuando al abrir la puerta Alsonso se lanzó de un salto al suelo, propio un fuerte abrazo a su antiguo enemigo (impropio de su ancianidad), y le dijo con una voz totalmente rejuvenecida: “Vizcaino, a partir de aquí ya sigo yo. Te honra el haber concedido este favor a un maltrecho caballero, pero los pasos que me restan sólo yo debo andarlos, ni montura ni traidor escudero”.

Alonso se encontraba justo delante de lo que parecía una gran hospedería sin caballerizas, coronada con enormes letras en la que se leía “hotel San Ign…”. Estaba acabando de leer cuando un sonido atronador le sobresaltó. Su estado emocional acentuaba sus sentidos, sentía el fresco de la mañana, el viento que soplaba en su rostro, el sol que acariciaba su pálida piel, una humedad desconocida en Castilla…y justo enfrente vio preciosas olas rompiendo furiosas, y no vio en ellas gigantes ni ejércitos de malhechores, sino la mas bella de las fuerzas naturales…y lo que sentía en su interior por ver de una vez a Aldonza.

Recordando las indicaciones que una conversación le dio Aldonza, tomó la calle que quedaba a la derecha de la hospedería, siguió hasta encontrar una calle en pendiente que subió sin esfuerzo, observo una preciosa posada con vistas increíbles llamada “Maimono, El Pirata” (¿que querrían decir aquellas palabras?). Al poco encontró el hogar de su amada…ella le dijo que si alguna vez iba, sabría cuál era su casa, y el al verla no lo dudo. De blanca fachada y con grandes ventanales que daban a una discreta cala, la verja de la casa tenía en cerámica un letrero con las palabras “En un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…”. Alonso no lo dudo, y se dirigió a la puerta con paso firme, sintiendo como su corazón se le salía del pecho.

Alonso llamó a la puerta de Aldonza, Dulce como ella prefería que la llamaran ahora. A los pocos segundos Alonso adivinó unos pasos ligeros tras la puerta, y el suspiro entrecortado de alguien que miraba tras la mirilla. Aldonza abrió la puerta lentamente y Alonso sintió que esos instantes se hacían eternos. Aldonza por su parte había reconocido a Alonso al instante, y con una mezcla de sorpresa e incredulidad se encontraba rompiendo la última barrera que los separaba, a la vez que sus ojos se llenaban de lágrimas. Y ahí estaban frente a frente, el más brillante caballero, totalmente desarmado, frente a su particular reina. Cualquier intento literario por describir las emociones que sintieron los jóvenes espíritus de aquellos personajes resultaría inútil por parte del escritor, que lamentablemente adolece de la destreza poética necesaria para el momento. Así pues dejamos como ejercicio al propio lector la tarea de imaginar la sensación más intensa que pueda concebir, para que se la asigne a ese momento, y pueda así admirar cuan emotivo fue el esperado reencuentro. Tras siglos de espera, por fin terminó “la maldición que separaba a los amantes que no se habían encontrado”.

………….

Como si se tratara de dos almas gemelas que se conocen de toda vida, Aldonza y Alonso pasearon largamente por la playa, hablando y recordando sobre todo aquello que no habían vivido. Ambos se contaron la parte de su historia que no alcanzaron a conocer. Alonso reconoció y admiró la belleza del mar, y lamentó no haber alargado nunca las rutas que realizó en sus múltiples aventuras para poder ver aquella maravilla, que tanta paz y tranquilidad traía a su espíritu, y pensó que aquel remanso furioso escondía más de lo que mostraba a simple vista.

A Alonso le costaba andar, sus esqueléticos pies se hundían en exceso en la fina arena, “por algo me llaman el Caballero de la Triste Figura”, decía Alonso dejando entrever una leve sonrisa bajo su espeso mostacho. Nunca Alonso sintió tanta paz y felicidad como le estaba brindando aquel encuentro con su amada.

Andando y andando pasó el tiempo, una semana entera ni más ni menos. De lo que allí se habló (y se aconteció) no diremos nada, pues no nos incumbe los secretos de estos dos enamorados, además, Alonso nunca revelaría las intimidades que pudiera haberle revelado Aldonza en su largo caminar (cuanto menos de las cosas que no se hablan)…ante todo era un caballero de los que pocos quedaban.

Una tarde tras una comida muy manchega, en la que Aldonza y Alonso prepararon unas gachas picantes en la terraza con vistas al horizonte que Aldonza tenía en su casa, la pareja salió a pasear por el pueblo, y sus pasos les llevaron a un escondido rincón donde Aldonza pasaba mucho tiempo sin pensar, dejando que su mente volara donde más quisiera. “Así que a esto le llamas Cala Higuera”, dijo Alonso, “¿y me puedes decir muchacha donde están las higueras, si se puede saber?”, Aldonza reía por el ingenuo comentario mientras bajaban un sinuoso camino que les llevaba a la playa. “Una playa de guijarros, mas no traje mi cota de mallas moza, voy a hacerme polvo las posaderas”, pero Dulce señaló un rincón en la cala, un pequeño oasis de fina arena que invitaba al visitante a sentarse y descansar. Cuando la tarde fue cayendo y nadie quedó en aquella cala, Aldonza invitó a Alonso a darse un baño en aquel mar tranquilo; Aldonza sólo vestía un sencillo y ajustado collar de perlas que otrora vistiera, Alonso quedó una vez más ensimismado por la increíble belleza que sólo esa mujer podía irradiar. Esa tarde Alonso, equipado con unos anteojos acuáticos, pudo ver rebaños bajo el agua, trigo verde que ondulaba al ritmo del mar, rocas repletas de vida, y notó como su cuerpo ingrávido se deslizaba junto con el de Aldonza en un baile bello e improvisado, y el espectáculo le privó de aire más aun que el líquido elemento…un nuevo amor (aunque no comparable con el que sentía por la mujer) se acunó también en su corazón.

Se sentaron, y descansaron, y cayeron presos de un extraño sueño, profundo (incluso Alonso se preguntó por un momento si el Nigromante no andaría por allí lanzando sortilegios a diestro y siniestro). Pasadas unas horas Alonso se despertó, ya era de noche, una noche clara en la que por ser ellos dos los observadores, las estrellas se habían reunido todas en el cielo visible, y la luna se reflejaba en el mar y podía verse perfectamente en su negrura. Mar adentro Alonso distinguió el horizonte, la línea ínfima que separaba el cielo del mar, y contuvo la respiración para no quebrar la magia del momento. En aquel preciso momento, en medio de un ensordecedor silencio que se rompía periódicamente por alguna que otra ola que se estrellaba contra los guijarros, Alonso lo vio claro. Ni este mundo ni esta realidad estaban hechos para él, incluso Aldonza a la que ahora tenía durmiendo en su regazo tenía más razones que él para vivir (muy a pesar del desasosiego que sentía con cierta frecuencia).

En medio de la noche, Alonso se levantó, y andando despacio, entró tímidamente en el mar, le parecía escuchar una voz, un canto de sirena que lo hechizó. Transportado por aquel dulce canto que resonaba en su cabeza, se adentró en las profundidades sin mediar palabra ni pensamiento, dándose por fin el descanso que tanto anhelaba, que tanto necesitaba…y aunque sabemos que las sirenas no pintaban nada en la novela del Manco de Lepanto, esa fue la última fantasía que Don Quijote de la Mancha decidió idear para finalizar su vida de la manera que su rango le exigía…aunque eso ya es otra historia de cuyo final no puedo acordarme.

domingo, 16 de marzo de 2008

"Un epílogo para Alonso" o "La maldición que separa a los amantes que no se han encontrado" (2ª Parte)

Ese día Alonso sentía que el tiempo se le agotaba. A pesar de su literaria longevidad, el caballero de cuatrocientos años sentía que su alma necesitaba descansar. El escaso tiempo que llevaba en este mundo, en esta Castilla, le había bastado para fatigar a su espíritu mucho más que las leguas que cabalgó sobre la huesuda montura de Rocinante.

“Rocinante, Galgo, mis viejos animales, mis viejos amigos, también vosotros os fuisteis”. Aquella mañana, el caballero recordó con más amargura que nunca la compañía de sus animales, el cariño de aquel galgo destartalado que aguantaba junto a la lumbre hasta el extremo de echar cabrillas. Quizá el lector se pregunte qué fue de sus animales, pues bien, como personajes de la obra, también cobraron vida real, pero corrieron una funesta suerte, culpa de un destino para el que no nacieron. Un veterinario irresponsable segó la vida de Galgo cuando le inoculó una cantidad de anestesia excesiva para tranquilizar al animal:

- Hoy en día todos los perros tienen que tener chip, tío -le increpaba su sobrina- aquello fue un accidente, Dios así lo quiso para Galgo.

- Me traéis aquí en contra de mi voluntad, me arrastráis a este infierno de odio y avaricia, me matáis a mi fiel perro…dime sobrina, ¿crees que Dios quiere todo esto?.

Rocinante corrió una suerte peor, pues Galgo no despertó, pero el viejo jamelgo murió de pena y tristeza. Las leyes locales hacían imposible que el jamelgo campara a sus anchas por las inmediaciones del piso de lujo donde residía la familia Quijano. Por esta razón tuvo que ser trasladado a una granja de las afueras de la ciudad. El paso del tiempo, la separación de su amo y su tísica figura hicieron el resto.

…………

Sin embargo, a pesar de la sosa y deprimente vida que llevaba Alonso, el mismo ideal que en la obra le hacia dar un paso tras otro, en vida le permitía abrir los ojos cada mañana y enfrentarse a la triste rutina de una vida no deseada, de un yugo demasiado pesado para él.

Si aún sigues leyendo seguramente sepas cuál es ese fino hilo que evitaba que Alonso perdiera “la locura” que daba un mínimo de esperanza a su vida. Aldonza Lorenzo, mujer bella y humilde, de llanas costumbres y buen hacer, fuerte y delicada a la vez, la mezcla más imposible, la mejor obra de la naturaleza nacida de la mente de un manco; ella era lo único que Alonso no había olvidado, lo único que nunca había dejado de amar.

Aldonza vivía también en este mundo, pues era protagonista principal, aunque fuera más conocida por el sobrenombre que recibió su reflejo en la mente de Don Quijote. Y fue ella, la campesina, la que mágicamente se encarnó en el mundo real, y no Dulcinea, que al fin y al cabo era tan sólo una ilusión dentro de un mundo imaginario.

La campesina no tardó en sentir una desazón inexplicable, al igual que le pasó a Alonso. Algo sucedió en el corazón y la mente de algunos de los personajes que no pudieron adaptarse al ritmo moderno, y más que gozar del don de la vida, anhelaban la paz que se respiraba entre las páginas del libro.

Pues bien, a fin de escapar de la prisa, el estrés y, en resumen de la vorágine que supone el día a día en este mundo actual de locos, Aldonza desapareció de escena. Simplemente se fue, se retiró donde nadie pudiera encontrarla, donde nadie la conociera. Siguiendo el consejo de algún buen amigo, adquirió un apartamento menudo (de sobra para ella) en San José, un diminuto pueblo situado en Almería.

Aldonza amaba aquel sitio, allí había conocido el mar, con una inmensidad que (aunque parezca mentira) le recordaba en cierto modo a lo infinitos que resultaban los campos de Castilla cuando se miraba al horizonte. Acostumbrada a las ásperas camisas y faldas típicas (que cubrían todo lo que se consideraba impúdico), había conocido un nuevo placer en disfrutar del mar en calas ocultas sin más traje que su piel. Nunca una manchega (de fina figura y no excesiva estatura) nadó en el mar con tanta gracia en los incomparables atardeceres de Cabo de Gata.

La campesina pasaba desapercibida en San José gracias a su nueva identidad. En un afán por mantenerse oculta y desconocida, Aldonza cambió su nombre por el de Dulce Tábaso (al principio se le ocurrió llamarse Dulcinea, pero cuando se enteró que existía en la actualidad una marca de refrescos que se llamaba así, buscó otro más sencillo, más acorde con su personalidad).

Y allí pasaba los días, y los meses…y también se acordaba de Alonso en más de una ocasión…aunque esto es algo que nadie sabe, porque a pesar de que él nunca le confesó su amor, ella también albergaba esos sentimientos en su corazón aunque nunca se atrevió a confesarlos.

sábado, 15 de marzo de 2008

"Un epílogo para Alonso" o "La maldición que separa a los amantes que no se han encontrado"

A pesar de que tengo un par de entradas casi listas, voy a mostrar (por partes, para mantener un poco el suspense) una historia que escribí hace algún tiempo. No es la historia original, he hecho algunas pequeñas correcciones/mejoras.

La historia es sencilla, y propone un final alternativo para Alonso (Don Quijote), de ahí su nombre: "Un epílogo para Alonso". Sin embargo, uno de los últimos cambios que hice fue añadirle un título alternativo: "La maldición que separa a los amantes que no se han encontrado". Este segundo título hace referencia a la búsqueda sin fin que Alonso emprende para buscar a Aldonza Lorenzo (que en su locura llamó Dulcinea del Toboso), y que pretendo solucionar con este nuevo final.

Tengo que decir, que el segundo título es una variación de un fragmento de la canción "Números Rojos" de Joaquín Sabina. En dicha canción se dice "qué maldición separa a los amantes que no se han olvidado". La primera vez que escuché esa canción, entendí erróneamente "los amantes que no se han encontrado", y me quedé con ello. Simplemente me pareció curiosa la idea de los dos amantes que estando destinados nunca lo supieron, o simplemente, no se encontraron.

Sin más, aquí os pongo la primera entrega. Espero que la disfrutéis:

“La mejor de las realidades es mucho peor que la peor de mis olvidadas fantasías”, se decía Alonso mientas se desperezaba aquella mañana de Septiembre en su confortable cama de látex. El día se presagiaba fresco, el otoño se acercaba una vez más, un año más sobre nosotros, “bien lo saben mis huesos, que pagan ahora el tributo de haber cabalgado tantas lunas y soles sobre aquel famélico jamelgo”, se lamentó mientras se esforzaba por erguirse sobre su cama.

…………

“El Quijote”, cuatrocientos años de vida, libro universal alumbrado por un manco, un preso de guerra más libre entre cuatro paredes que mucha gente de hoy. En su cuarto centenario, la fama y el éxito, y la universalidad de la obra habían hecho cobrar vida a sus personajes. Cuando alguien lee un libro da vida en su mente a todos los que intervienen en los hechos, y con “El Quijote” ocurrió algo similar…siniestro si se me permite decirlo. Tantos homenajes, lecturas y múltiples traducciones a idiomas (desconocidos para la muchedumbre profana), hicieron que Alonso Quijano y todos los personajes que conformaron la historia más grande jamás narrada cobraran vida…y aquí están, viviendo entre nosotros, fuera de la obra, fuera de si, en un mundo que lejos de ser una loca fantasía es una cruda realidad.

…………

Alonso miraba con desprecio el desayuno que le había puesto su sobrina. A pesar de los pocos años que llevaba en esta alocada realidad no lograba acostumbrarse a nada, ni a nadie.

- Dame pan de hogaza, aceite y queso muchacha, que yo te diré lo que es un buen desayuno…Si mis rivales me vieran comiendo… ¿Special K?, ¿que obra de brujería es esto que a pienso de gallinas sabe?

- Coma tío, el medico dijo que estaba usted delicado.

- Qué médico ni qué perro con sarna…- Alonso suspiró.

Alonso se lamentaba mientras miraba a través de la ventana de su piso de lujo que un ministro de cuyo cargo no quiero acordarme les había dado a él y a su sobrina. Un profundo sentimiento de melancolía le consumía sin remedio, “este no es mi tiempo”, se decía, “qué crueldad hacerle esto a un pobre viejo”, se repetía, “más allá de toda fama, dejen morir de olvido a este anciano caballero”.

Todo había cambiado, todos habían cambiado sus hábitos, y Alonso se consumía en la gloria que le hacía eterno. Agasajado a su llegada, ahora yacía postrado en un sillón vibrador que adornaba su salón. La medicación que los matasanos le habían impuesto (y que su sobrina le suministraba en los alimentos para despistar a su perspicaz tozudez) le habían arrastrado del mundo de fantasía en el que era feliz, en el que era un gran caballero, el caballero de la triste figura.

Alonso sufría una agonía sin fin, fruto de su añoranza a los áridos campos de Castilla, moría en vida por volver a recorrer su tierra, atravesando viñas y olivos, con su amigo, su escudero, su hombre de confianza. En el silencio de su estancia sentía que aquella realidad era realmente una maldita alucinación, un infierno que le mantenía preso en cuerpo y alma, y que le encarcelaba en aquella casa, postrado en su sillón, como el viejo decrépito que había llegado a ser. Aquella situación había hecho que Alonso deseara realmente la muerte, pero la fama de la obra a la que debía la vida era tal, que se le había concedido una extraña e innatural vida y vitalidad. No obstante, su cuerpo y su alma caminaban por senderos opuestos.

…………

Mirando a través de su ventana, Alonso escrutaba una vez más el horizonte tratando de ver algún camino de tierra, uno de aquellos que en sus tiempos de caballero hubiera recorrido. Pero lo único que su vista le brindaba en la borrosa lejanía era una máquina infernal para transportar gente, y que lejos de parecerse a cualquier ser alado salvaje o de corral, se llamaba AVE. Alonso no entendía nada, no quería entender nada.

Por un breve instante, el anciano se perdió en sus recuerdos, y se vio a si mismo en la única historia que había vivido en este tiempo, donde pensaba que habían desaparecido los caballeros andantes y los nobles actos con los que hacían honor a su nombre. Recordó cómo al poco de llegar, inexplicablemente a nuestro siglo, se escapó de su casa (como él acostumbraba), y por un innato instinto visceral acabó en Los Campos de Montiel (observando con agrado que Villanueva de los Infantes mantenía algo de el encanto original, en sus casas y en sus gentes). Sus pasos le llevaron (en no más que dos días de camino) al pueblo de Montiel, donde las ruinas de su castillo le recordaron que los reyes y las princesas habían pasado a ser una raza extinta. Sin embargo, aquellos hechos son otra historia…

Alonso volvió en sí y la tristeza le envolvió de nuevo al recordar donde estaba, las viejas glorias le hundían violentamente de nuevo en la miseria, más que alzarlo en la gloria que tanto se merecía.

…………

Quizás el ávido lector se pregunte por qué Alonso sentía tanta soledad cuando se vio arropado de tantos conocidos y amigos en su vida Quijotesca, pues es bien sencillo: la transición de la vida de ficción a la vida real no fue tan traumática para todos como para Alonso.

La rica variedad de pintorescos personajes de “El Quijote” se diluyó en el mundo real como una simple gota de leche en un café cargado. El caso más señalado fue el de Sancho, el fiel amigo e inseparable escudero de Alonso, compañero de aventuras y desventuras. Aquel hombre que compartió hambre, calor y frío; aquel hombre que durmió a los pies de su amo en mugrientas posadas. Sancho, que trató de rescatar al caballero de sus peligrosas fantasías, apenas hablaba lo llamaba una vez al mes por teléfono…cuando lo llamaba.

La sobrina de Alonso lo justificaba: “Tío, Sancho tiene que cuidar de su familia, tiene que abrirse camino en esta vida”, pero Alonso no lo comprendía, “Sancho es una perra infiel que ha vendido a su señor por un puñado de reales y tierras que no utilizará en su vida. Sancho era un hombre honrado que ahora roba y se enriquece a costa de los pobres…si en otro tiempo hubiera sido, bien segura has de estar, muchacha, que yo lo hubiera ajusticiado con mano dura y lanza presta”.

Sancho, aquel hombre honrado y bonachón, había creado una constructora con un premio que un alcalde (de una ciudad de la que realmente no quiero acordarme) le había concedido a su llegada por ser uno de los personajes principales de la historia. Se decía que Sancho tenía trato con gente importante, que hablaba con pudientes, y que se enriquecían con no sé que cosa que se llamaba especulación. Probablemente uno de los factores que más hundió a Alonso fue la pérdida del báculo de su vejez, de su mejor amigo y compañero. Alonso nunca asimiló la nueva personalidad y la ambición sin medida de Sancho. El hombre poderoso en el que se había convertido en Castilla había degollado de un tajo al hombre honrado que un día, muchas aventuras atrás, conoció Alonso. Aunque parezca raro, de la familia de Sancho, tan sólo su hija Sanchica tenía un trato más estrecho con la casa de Alonso. La oronda joven que nunca tuvo relación con el anciano, era ahora una joven educada, una mujer de provecho que estudiaba una cosa que los de hoy llamaban Informática en una ciudad que no tenía nada de real. Sanchica visitaba de vez en cuando a Alonso y a su sobrina, y pasaba algunas tardes de sábado sentada con ellos, escuchando como Alonso le contaba las andanzas que vivió con su padre. En más de una ocasión, el anhelo hizo que Alonso derramara una lágrima esquiva que achacaba a una dolencia ocular, aunque la dolencia real estaba en su corazón, que se resentía al rememorar lo que un día fue una vida llena de aventuras y orgullo. (Fin de la primera parte)

miércoles, 5 de marzo de 2008

Un poco de todo, aunque nada en el fondo

"Se agua fresca, lluvia fina, tormenta de verano, gota fría en mes de mayo, ola que rompe furiosa, niebla densa que baja y ciega...pero si no secas luego mis ojos, prefiero morir de soledad y frío"