sábado, 15 de marzo de 2008

"Un epílogo para Alonso" o "La maldición que separa a los amantes que no se han encontrado"

A pesar de que tengo un par de entradas casi listas, voy a mostrar (por partes, para mantener un poco el suspense) una historia que escribí hace algún tiempo. No es la historia original, he hecho algunas pequeñas correcciones/mejoras.

La historia es sencilla, y propone un final alternativo para Alonso (Don Quijote), de ahí su nombre: "Un epílogo para Alonso". Sin embargo, uno de los últimos cambios que hice fue añadirle un título alternativo: "La maldición que separa a los amantes que no se han encontrado". Este segundo título hace referencia a la búsqueda sin fin que Alonso emprende para buscar a Aldonza Lorenzo (que en su locura llamó Dulcinea del Toboso), y que pretendo solucionar con este nuevo final.

Tengo que decir, que el segundo título es una variación de un fragmento de la canción "Números Rojos" de Joaquín Sabina. En dicha canción se dice "qué maldición separa a los amantes que no se han olvidado". La primera vez que escuché esa canción, entendí erróneamente "los amantes que no se han encontrado", y me quedé con ello. Simplemente me pareció curiosa la idea de los dos amantes que estando destinados nunca lo supieron, o simplemente, no se encontraron.

Sin más, aquí os pongo la primera entrega. Espero que la disfrutéis:

“La mejor de las realidades es mucho peor que la peor de mis olvidadas fantasías”, se decía Alonso mientas se desperezaba aquella mañana de Septiembre en su confortable cama de látex. El día se presagiaba fresco, el otoño se acercaba una vez más, un año más sobre nosotros, “bien lo saben mis huesos, que pagan ahora el tributo de haber cabalgado tantas lunas y soles sobre aquel famélico jamelgo”, se lamentó mientras se esforzaba por erguirse sobre su cama.

…………

“El Quijote”, cuatrocientos años de vida, libro universal alumbrado por un manco, un preso de guerra más libre entre cuatro paredes que mucha gente de hoy. En su cuarto centenario, la fama y el éxito, y la universalidad de la obra habían hecho cobrar vida a sus personajes. Cuando alguien lee un libro da vida en su mente a todos los que intervienen en los hechos, y con “El Quijote” ocurrió algo similar…siniestro si se me permite decirlo. Tantos homenajes, lecturas y múltiples traducciones a idiomas (desconocidos para la muchedumbre profana), hicieron que Alonso Quijano y todos los personajes que conformaron la historia más grande jamás narrada cobraran vida…y aquí están, viviendo entre nosotros, fuera de la obra, fuera de si, en un mundo que lejos de ser una loca fantasía es una cruda realidad.

…………

Alonso miraba con desprecio el desayuno que le había puesto su sobrina. A pesar de los pocos años que llevaba en esta alocada realidad no lograba acostumbrarse a nada, ni a nadie.

- Dame pan de hogaza, aceite y queso muchacha, que yo te diré lo que es un buen desayuno…Si mis rivales me vieran comiendo… ¿Special K?, ¿que obra de brujería es esto que a pienso de gallinas sabe?

- Coma tío, el medico dijo que estaba usted delicado.

- Qué médico ni qué perro con sarna…- Alonso suspiró.

Alonso se lamentaba mientras miraba a través de la ventana de su piso de lujo que un ministro de cuyo cargo no quiero acordarme les había dado a él y a su sobrina. Un profundo sentimiento de melancolía le consumía sin remedio, “este no es mi tiempo”, se decía, “qué crueldad hacerle esto a un pobre viejo”, se repetía, “más allá de toda fama, dejen morir de olvido a este anciano caballero”.

Todo había cambiado, todos habían cambiado sus hábitos, y Alonso se consumía en la gloria que le hacía eterno. Agasajado a su llegada, ahora yacía postrado en un sillón vibrador que adornaba su salón. La medicación que los matasanos le habían impuesto (y que su sobrina le suministraba en los alimentos para despistar a su perspicaz tozudez) le habían arrastrado del mundo de fantasía en el que era feliz, en el que era un gran caballero, el caballero de la triste figura.

Alonso sufría una agonía sin fin, fruto de su añoranza a los áridos campos de Castilla, moría en vida por volver a recorrer su tierra, atravesando viñas y olivos, con su amigo, su escudero, su hombre de confianza. En el silencio de su estancia sentía que aquella realidad era realmente una maldita alucinación, un infierno que le mantenía preso en cuerpo y alma, y que le encarcelaba en aquella casa, postrado en su sillón, como el viejo decrépito que había llegado a ser. Aquella situación había hecho que Alonso deseara realmente la muerte, pero la fama de la obra a la que debía la vida era tal, que se le había concedido una extraña e innatural vida y vitalidad. No obstante, su cuerpo y su alma caminaban por senderos opuestos.

…………

Mirando a través de su ventana, Alonso escrutaba una vez más el horizonte tratando de ver algún camino de tierra, uno de aquellos que en sus tiempos de caballero hubiera recorrido. Pero lo único que su vista le brindaba en la borrosa lejanía era una máquina infernal para transportar gente, y que lejos de parecerse a cualquier ser alado salvaje o de corral, se llamaba AVE. Alonso no entendía nada, no quería entender nada.

Por un breve instante, el anciano se perdió en sus recuerdos, y se vio a si mismo en la única historia que había vivido en este tiempo, donde pensaba que habían desaparecido los caballeros andantes y los nobles actos con los que hacían honor a su nombre. Recordó cómo al poco de llegar, inexplicablemente a nuestro siglo, se escapó de su casa (como él acostumbraba), y por un innato instinto visceral acabó en Los Campos de Montiel (observando con agrado que Villanueva de los Infantes mantenía algo de el encanto original, en sus casas y en sus gentes). Sus pasos le llevaron (en no más que dos días de camino) al pueblo de Montiel, donde las ruinas de su castillo le recordaron que los reyes y las princesas habían pasado a ser una raza extinta. Sin embargo, aquellos hechos son otra historia…

Alonso volvió en sí y la tristeza le envolvió de nuevo al recordar donde estaba, las viejas glorias le hundían violentamente de nuevo en la miseria, más que alzarlo en la gloria que tanto se merecía.

…………

Quizás el ávido lector se pregunte por qué Alonso sentía tanta soledad cuando se vio arropado de tantos conocidos y amigos en su vida Quijotesca, pues es bien sencillo: la transición de la vida de ficción a la vida real no fue tan traumática para todos como para Alonso.

La rica variedad de pintorescos personajes de “El Quijote” se diluyó en el mundo real como una simple gota de leche en un café cargado. El caso más señalado fue el de Sancho, el fiel amigo e inseparable escudero de Alonso, compañero de aventuras y desventuras. Aquel hombre que compartió hambre, calor y frío; aquel hombre que durmió a los pies de su amo en mugrientas posadas. Sancho, que trató de rescatar al caballero de sus peligrosas fantasías, apenas hablaba lo llamaba una vez al mes por teléfono…cuando lo llamaba.

La sobrina de Alonso lo justificaba: “Tío, Sancho tiene que cuidar de su familia, tiene que abrirse camino en esta vida”, pero Alonso no lo comprendía, “Sancho es una perra infiel que ha vendido a su señor por un puñado de reales y tierras que no utilizará en su vida. Sancho era un hombre honrado que ahora roba y se enriquece a costa de los pobres…si en otro tiempo hubiera sido, bien segura has de estar, muchacha, que yo lo hubiera ajusticiado con mano dura y lanza presta”.

Sancho, aquel hombre honrado y bonachón, había creado una constructora con un premio que un alcalde (de una ciudad de la que realmente no quiero acordarme) le había concedido a su llegada por ser uno de los personajes principales de la historia. Se decía que Sancho tenía trato con gente importante, que hablaba con pudientes, y que se enriquecían con no sé que cosa que se llamaba especulación. Probablemente uno de los factores que más hundió a Alonso fue la pérdida del báculo de su vejez, de su mejor amigo y compañero. Alonso nunca asimiló la nueva personalidad y la ambición sin medida de Sancho. El hombre poderoso en el que se había convertido en Castilla había degollado de un tajo al hombre honrado que un día, muchas aventuras atrás, conoció Alonso. Aunque parezca raro, de la familia de Sancho, tan sólo su hija Sanchica tenía un trato más estrecho con la casa de Alonso. La oronda joven que nunca tuvo relación con el anciano, era ahora una joven educada, una mujer de provecho que estudiaba una cosa que los de hoy llamaban Informática en una ciudad que no tenía nada de real. Sanchica visitaba de vez en cuando a Alonso y a su sobrina, y pasaba algunas tardes de sábado sentada con ellos, escuchando como Alonso le contaba las andanzas que vivió con su padre. En más de una ocasión, el anhelo hizo que Alonso derramara una lágrima esquiva que achacaba a una dolencia ocular, aunque la dolencia real estaba en su corazón, que se resentía al rememorar lo que un día fue una vida llena de aventuras y orgullo. (Fin de la primera parte)

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