jueves, 15 de mayo de 2008

La vuelta a lo natural

El mundo entero se conmocionó con el "Efecto 2000", y temió incluso por la supervivencia de la raza humana. En el fondo siempre fuimos muy exagerados, y lo veíamos como una catástrofe absoluta que arrastró a las empresas a gastar millones en realizar mantenimiento en sus sistemas informáticos. Sólo pretendíamos poder representar la cifra "2000" en los relojes internos de los computadores, y al final ocurrió que el problema del siglo se convirtió en el negocio de la historia. La gente no se dio cuenta que el auténtico problema estaba en la cifra 2008.

Un joven ingeniero, inteligente y cachondo como él mismo (y muy visionario alla por 1960) embebió un virus codificado electrónicamente en los circuitos más básicos utilizados en los procesadores de los ordenadores...y aunque mejorado, aquel circuito primigenio quedó inmortalizado en todo artefacto electrónico. La instrucción era sencilla, al llegar una fecha secreta del 2008, los sistemas dejarían de funcionar, todos los sistemas, todo lo que llevara dicho circuito integrado, aquel circuito que se hacía básico en la vida actual...y desde aquel día, el ingeniero quedó a la espera, incrédulo ante el posible éxito de su broma...y el tiempo pasó.

Aquella mañana los interruptores no funcionaron como habían hecho desde que tenía memoria, y aunque me alarmó al principio mi preocupación duró tan sólo hasta que subí la persiana. Ni la tele, ni el frigorífico, ni el exprimidor nuevo funcionaban. Mi hermano pequeño lloró ante su portátil de juguete, me pedía que se lo arreglara que para eso sabía de ordenadores. Subí al desván y encontré un viejo lápiz de carpintero de mi abuelo, un lápiz con el que yo hubiera jugado otrora. Se lo di junto con algunos folios blancos, y sinceramente, nunca vi a mi hermano pequeño dibujar con tanta ilusión.

Cómo no, mi moto tampoco funcionaba. El ordenador de abordo sólo acertaba a mostrar un mensaje incompleto en el que se leía "Eror n e sstem d arranqe". Así que me calcé mis gafas de sol (que sí funcionaban), un libro que mi madre solía leerme, y me lancé a pasear por la calle. No había problema de atropellos, los coches modernos yacían inmóviles ante la mirada alucinada de sus dueños, y los coches viejos se paraban al gastar su combustible, pues el ordenador central de las estaciones de servicio no funcionaba, y los surtidores permanecían bloqueados.

En mi paseo, vi que había niños en la calle, que jugaban con balones (todavía) y combas, e incluso los había que jugaban con cartas y cambiaban cromos de fútbol...Uno de los más pequeños arrastraba el mando de una videoconsola a modo de perro de juguete, cada uno en su mente ve las cosas como quiere, es cuestión de echarle imaginación. La desesperación matutina daba paso de nuevo a la normalidad, la gente se tranquilizaba, y desempolvaba viejas máquinas de escribir amontonadas en los almacenes de las oficinas. Como en clase no había luz, me quedé en el parque leyendo, y me dio la tarde, tarde.

Y curiosamente llegó ella, una amiga con la que hablaba de todas formas menos en persona. La tecnología no siempre acerca a la gente, y ya estaba cansado de hablar con ella por mail, o mensajes, o Messenger, o blogs, o llamadas rápidas de esas de “no tengo tiempo de hablar más”. Se sentó enfrente de mí, y realmente me costó reconocerla pues la imagen que venía a mi cabeza cuando pensaba en ella era la de la pantalla del móvil o el ordenador. Y aunque cada vez decimos más palabras, decimos menos cosas, nos las guardamos, nos las tragamos, se nos indigestan.

En medio del silencio, se escuchó algo dentro de mi mochila. Esa mañana, junto con el lápiz que buscaba para mi hermano encontré también una radio antiquísima de mi abuelo, tan antigua que funcionaba, y la encendí sin querer al cogerla. En ausencia de emisoras, la radio guardaba silencio, paro ahora emitía un débil mensaje que decía "A la atención de los ciudadanos: fallo en sistemas encontrado. Error recuperable. En cinco minutos todo volverá a funcionar". Por lo visto, aquel joven ingeniero no quiso condenar a la humanidad, y su virus funcionaba de forma temporal y sólo durante unas horas. Aquel visionario programó un tirón de orejas a los hombres de hoy, y le salió bien.

Mi amiga y yo nos quedamos mirando, aquel mensaje era alentador, pero la tecnología volvía, y nosotros nos separaríamos de nuevo. Así pues, y de mutuo acuerdo, decidimos brindarnos cinco minutos de sinceridad. Hablándonos a la cara nos dijimos todo lo que no nos habíamos dicho nunca, y las palabras digitales tomaron forma y cuerpo. Una vez que todo estuvo dicho, nuestros móviles comenzaron a recibir señal, las farolas se encendieron, y el niño que arrastraba el mando de su videoconsola salió corriendo a su casa.

Como si no hubiera pasado nada la gente retomó su vida, nosotros nos fuimos de aquel parque, y a partir de ese momento los besos dejaron de ser un símbolo, un icono, o un comando transmitido digitalmente.

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