lunes, 5 de mayo de 2008

El cambio que nos queda

La tarde transcurrió tranquila, todo en su sitio, todo en su lugar. Un 18 cumpleaños normal, aunque un extraño nudo en su estómago le inquietaba, y una ira que él sólo sentía en contadas ocasiones (como todo hijo de vecino) era ahora una constante molesta.
Ramiro se fue pronto a dormir, y empezando el calor de la primavera decidió dormir sólo con el pantalón largo de su pijama. A pesar del descenso de la temperatura un sofocante agobio le inundó y bloqueó sus pensamientos, quedando como un mero observador de sí mismo. Sintió cómo oleadas de nervios le inundaban el cuerpo y le hacían temblar. La inquietud que sintiera en la tarde se hacía ahora físicamente visible, y dolorosa. Constantes latigazos de dolor recorrían su espina dorsal y le hacían retorcerse espasmódicamente. Todos sus músculos se tensaban sin control, y notaba una molestia aguda en los tendones de todo su cuerpo.
Sus sábanas estaban empapadas y no atinaba a levantarse, ni siquiera podía encender la luz. Se sentía horrorizado. A la vez, todo el vello de su cuerpo se encrespaba y un chasquido le hizo temblar de terror, su esternón se había quebrado como un cristal frágil sometido a demasiada presión. El pecho empezó a abultarse, mientras las convulsiones amoldaban su cuerpo a posturas más cómodas para su estado.
Ramiro sintió cómo le estallaba la cabeza y se echo las manos a las sienes en un intento ilógico de evitar la explosión de su cerebro, cubriéndolo todo de esquirlas de hueso ensangrentado. Inexplicablemente se araño toda la cara, pero le dio igual, pues el intenso dolor estaba cesando, y daba paso a un estado de paz y percepción que desde siempre había añorado. Su cuerpo se relajaba lentamente y distinguió en la oscuridad todas las formas que dibujaban los muebles de su habitación.
Ramiro se levantó de la cama, ahora sí. Abrió la ventana con lentitud y observó extrañado que costaba manejar la pequeña cerradura de las antiguas hojas de la ventana. Subió la persiana sin el esfuerzo que otrora hubiera tenido que emplear y al observar una hermosa luna llena en mitad del firmamento resolvió de una estacada todas las variables que habían quedado pendientes a lo largo de su vida. Y decidió que había llegado el momento de empezar a ser él.

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