Abrió los ojos y observó la tapa de su ataúd, y el terciopelo morado que tan suavemente solía acariciarlo le arañaba esta vez la piel. Su capa, típica, clásica, y obligatoria para los de su categoría le ahogaba. El cuello picudo y almidonado rozaba con sus orejas y le resultaba insoportable.
En cuanto despertó sintió una sed insaciable era...sed de agua, deseaba beber agua fría, lavarse la cara, sentir el frío en los pulmones. Esa idea le causó miedo y terror, se encontró a sí mismo desconcertado y aturdido por ese deseo. Empujó la tapa, era de día, estiró sus brazos y salió con cuidado. Al incorporarse se despojó de todos los atuendos que llevaba por obligación. Giró un espejo que se apoyaba contra la pared y se encontró sorprendentemente aceptable, un poco pálido quizá.
Dio apenas unos pasos vacilantes hacia la entrada de la cripta, descorrió el cerrojo viejo y chirriante y dudó. Tras algunos minutos pensando, decidió echarle cojones y tiró súbitamente de la sólida puerta de madera. Una ola de luz solar baño su cuerpo desnudo y se sintió bien...muy bien.
Al fin y al cabo, no era tan vampiro como los demás le habían hecho creer. Se alegró de dar el salto y cambiar las reglas del juego. No tenía porqué haber nada prefijado...nadie tenía porqué prefijarle nada.
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