Es más fácil asociar tierra seca y vid a un manchego, que medusas, pepinos de mar, corales, esponjas y pastinacas (sí, vi una alrededor de mis pies). Sin embargo, e independientemente de la geografía y el cariz del terruño en el que uno vive, nadie es capaz de elegir las cosas que más le llenan.
Hasta qué punto tiene uno culpa de lo que le dicta la víscera.
En mi caso, me gusta luchar contra el principio de Arquímedes para asirme a cualquier roca bajo el agua que me permita disfrutar de un espectáculo desconocido para casi todos. Cuando uno esta ahí abajo observando o siendo observado por miles de ojos curiosos, desearía que la respiración fuera sólo un hábito casual, como rascarse o mirar la hora. Sin embargo estamos obligados a subir para descubrir un marco totalmente nuevo en el siguiente descenso.
Os presento aquí algunas fotos que tomé con mi cámara acuática (de carrete, de ahí su escasa calidad). No podréis imaginar nunca la diferencia que hay entre lo que veréis y lo que vi. La zona es Cala Higuera, en San José (Cabo de Gata, Almería)
Más que la falta de aire, el silencio atronador te quita la respiración.
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