miércoles, 26 de marzo de 2008

Enemigo plano

Ultimamente no te entiendo. Si me siento te levantas, si me levanto te sientas.
Te vas en mis atardeceres y en la noche apareces!!
Por el día...en pleno día, me dejas solo y avergonzado, y te adivino en otras gentes, en otras cosas.
Cuando no me doy cuenta vas diciendo a mis espaldas que estoy demasiado gordo, o flaco, o que soy calvo, o que no me peino...incluso bailas si estoy triste, y yo sin poder hacer nada.
Si pudiera pisarte el cuello...
El otro día, estando yo a la sombra de los pinos, vas tú y me haces un vacío de luz; ¡¿se puede saber sombra mía, qué te he hecho yo para merecer esto?!

sábado, 22 de marzo de 2008

"Un epílogo para Alonso" o "La maldición que separa a los amantes que no se han encontrado" (Final de la historia)

Alonso era de los pocos que sabía del paradero de Aldonza, y hablaba con ella muy de allá para cuando. Y aquella mañana que tan triste se levantó, se decidió a hacerle una visita por sorpresa, muy a pesar de su salud. No obstante y por no romper las tradiciones, se escapó de su casa con un vigor que tan sólo puede conferirle a este hombre el ansia de una nueva aventura, de un reto furtivo que llevaría a cabo a espaldas del mundo. Su alma tomaba las riendas del destino del maltrecho caballero y le recordaba porqué avanzó siempre un paso tras otro. Alonso se levantó decidido inundado por una ola de emoción, notando cómo todo el vello de su cuerpo se erizaba en una embestida de pasión y sed de aventura. En esta ocasión no buscaría a Dulcinea del Toboso, sino a Aldonza Lorenzo, y a pesar de su estatus de campesina la miraría como el más humilde caballero mira a la más alta de las reinas…y la amaría.

Aquel remoto pueblo (donde Alonso había escuchado que había hombres-rana capaces de respirar bajo el agua sin que se les encharcaran los pulmones, cosa de brujería seguro) quedaba demasiado lejos para ir andando, o montado en cualquier bestia que se dejara montar. Así que echó mano de Sancho de Azpeitia, aquel que tiempo atrás le hubiera rebanado el cuello de buena gana. Sancho de Azpeitia había comprado un camión (a cómodos plazos) y se dedicaba al transporte, había montado una pequeña agencia a la que llamó “Transportes El Vizcaíno”. Hay quien le criticó por ser poco original, aunque eso es algo en lo que no entraremos ahora.

Pues bien, olvidados los rencores y las épocas pasadas, Sancho de Azpeitia llevó muy gustoso a Alonso hasta el pueblo, donde casualmente tenía que llevar un encargo de vino, de ese tan bueno de Valdepeñas que Alonso degustaba en las comidas.

Como el ávido lector supondrá (más aun si ha sentido la lanzada del amor, y la espera para su encuentro), Alonso vivió el trayecto del viaje como un camino interminable. No obstante, disfrutó y degustó las últimas horas que le separaban de Aldonza, saboreó la emoción que precede al encuentro, y notó como en su boca se dispersaba un sabor amargo fruto de los nervios incontenibles que le producían esa situación. Sabía que aquellos momentos previos eran irrepetibles, que ese primer encuentro tras cientos de páginas y años sería magnífico, emocionante y atronador…y pensaba disfrutarlo segundo a segundo.

A su llegada a San José, Sancho de Azpeitía se dispuso a ayudar a bajar al anciano…cual fue su sorpresa cuando al abrir la puerta Alsonso se lanzó de un salto al suelo, propio un fuerte abrazo a su antiguo enemigo (impropio de su ancianidad), y le dijo con una voz totalmente rejuvenecida: “Vizcaino, a partir de aquí ya sigo yo. Te honra el haber concedido este favor a un maltrecho caballero, pero los pasos que me restan sólo yo debo andarlos, ni montura ni traidor escudero”.

Alonso se encontraba justo delante de lo que parecía una gran hospedería sin caballerizas, coronada con enormes letras en la que se leía “hotel San Ign…”. Estaba acabando de leer cuando un sonido atronador le sobresaltó. Su estado emocional acentuaba sus sentidos, sentía el fresco de la mañana, el viento que soplaba en su rostro, el sol que acariciaba su pálida piel, una humedad desconocida en Castilla…y justo enfrente vio preciosas olas rompiendo furiosas, y no vio en ellas gigantes ni ejércitos de malhechores, sino la mas bella de las fuerzas naturales…y lo que sentía en su interior por ver de una vez a Aldonza.

Recordando las indicaciones que una conversación le dio Aldonza, tomó la calle que quedaba a la derecha de la hospedería, siguió hasta encontrar una calle en pendiente que subió sin esfuerzo, observo una preciosa posada con vistas increíbles llamada “Maimono, El Pirata” (¿que querrían decir aquellas palabras?). Al poco encontró el hogar de su amada…ella le dijo que si alguna vez iba, sabría cuál era su casa, y el al verla no lo dudo. De blanca fachada y con grandes ventanales que daban a una discreta cala, la verja de la casa tenía en cerámica un letrero con las palabras “En un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…”. Alonso no lo dudo, y se dirigió a la puerta con paso firme, sintiendo como su corazón se le salía del pecho.

Alonso llamó a la puerta de Aldonza, Dulce como ella prefería que la llamaran ahora. A los pocos segundos Alonso adivinó unos pasos ligeros tras la puerta, y el suspiro entrecortado de alguien que miraba tras la mirilla. Aldonza abrió la puerta lentamente y Alonso sintió que esos instantes se hacían eternos. Aldonza por su parte había reconocido a Alonso al instante, y con una mezcla de sorpresa e incredulidad se encontraba rompiendo la última barrera que los separaba, a la vez que sus ojos se llenaban de lágrimas. Y ahí estaban frente a frente, el más brillante caballero, totalmente desarmado, frente a su particular reina. Cualquier intento literario por describir las emociones que sintieron los jóvenes espíritus de aquellos personajes resultaría inútil por parte del escritor, que lamentablemente adolece de la destreza poética necesaria para el momento. Así pues dejamos como ejercicio al propio lector la tarea de imaginar la sensación más intensa que pueda concebir, para que se la asigne a ese momento, y pueda así admirar cuan emotivo fue el esperado reencuentro. Tras siglos de espera, por fin terminó “la maldición que separaba a los amantes que no se habían encontrado”.

………….

Como si se tratara de dos almas gemelas que se conocen de toda vida, Aldonza y Alonso pasearon largamente por la playa, hablando y recordando sobre todo aquello que no habían vivido. Ambos se contaron la parte de su historia que no alcanzaron a conocer. Alonso reconoció y admiró la belleza del mar, y lamentó no haber alargado nunca las rutas que realizó en sus múltiples aventuras para poder ver aquella maravilla, que tanta paz y tranquilidad traía a su espíritu, y pensó que aquel remanso furioso escondía más de lo que mostraba a simple vista.

A Alonso le costaba andar, sus esqueléticos pies se hundían en exceso en la fina arena, “por algo me llaman el Caballero de la Triste Figura”, decía Alonso dejando entrever una leve sonrisa bajo su espeso mostacho. Nunca Alonso sintió tanta paz y felicidad como le estaba brindando aquel encuentro con su amada.

Andando y andando pasó el tiempo, una semana entera ni más ni menos. De lo que allí se habló (y se aconteció) no diremos nada, pues no nos incumbe los secretos de estos dos enamorados, además, Alonso nunca revelaría las intimidades que pudiera haberle revelado Aldonza en su largo caminar (cuanto menos de las cosas que no se hablan)…ante todo era un caballero de los que pocos quedaban.

Una tarde tras una comida muy manchega, en la que Aldonza y Alonso prepararon unas gachas picantes en la terraza con vistas al horizonte que Aldonza tenía en su casa, la pareja salió a pasear por el pueblo, y sus pasos les llevaron a un escondido rincón donde Aldonza pasaba mucho tiempo sin pensar, dejando que su mente volara donde más quisiera. “Así que a esto le llamas Cala Higuera”, dijo Alonso, “¿y me puedes decir muchacha donde están las higueras, si se puede saber?”, Aldonza reía por el ingenuo comentario mientras bajaban un sinuoso camino que les llevaba a la playa. “Una playa de guijarros, mas no traje mi cota de mallas moza, voy a hacerme polvo las posaderas”, pero Dulce señaló un rincón en la cala, un pequeño oasis de fina arena que invitaba al visitante a sentarse y descansar. Cuando la tarde fue cayendo y nadie quedó en aquella cala, Aldonza invitó a Alonso a darse un baño en aquel mar tranquilo; Aldonza sólo vestía un sencillo y ajustado collar de perlas que otrora vistiera, Alonso quedó una vez más ensimismado por la increíble belleza que sólo esa mujer podía irradiar. Esa tarde Alonso, equipado con unos anteojos acuáticos, pudo ver rebaños bajo el agua, trigo verde que ondulaba al ritmo del mar, rocas repletas de vida, y notó como su cuerpo ingrávido se deslizaba junto con el de Aldonza en un baile bello e improvisado, y el espectáculo le privó de aire más aun que el líquido elemento…un nuevo amor (aunque no comparable con el que sentía por la mujer) se acunó también en su corazón.

Se sentaron, y descansaron, y cayeron presos de un extraño sueño, profundo (incluso Alonso se preguntó por un momento si el Nigromante no andaría por allí lanzando sortilegios a diestro y siniestro). Pasadas unas horas Alonso se despertó, ya era de noche, una noche clara en la que por ser ellos dos los observadores, las estrellas se habían reunido todas en el cielo visible, y la luna se reflejaba en el mar y podía verse perfectamente en su negrura. Mar adentro Alonso distinguió el horizonte, la línea ínfima que separaba el cielo del mar, y contuvo la respiración para no quebrar la magia del momento. En aquel preciso momento, en medio de un ensordecedor silencio que se rompía periódicamente por alguna que otra ola que se estrellaba contra los guijarros, Alonso lo vio claro. Ni este mundo ni esta realidad estaban hechos para él, incluso Aldonza a la que ahora tenía durmiendo en su regazo tenía más razones que él para vivir (muy a pesar del desasosiego que sentía con cierta frecuencia).

En medio de la noche, Alonso se levantó, y andando despacio, entró tímidamente en el mar, le parecía escuchar una voz, un canto de sirena que lo hechizó. Transportado por aquel dulce canto que resonaba en su cabeza, se adentró en las profundidades sin mediar palabra ni pensamiento, dándose por fin el descanso que tanto anhelaba, que tanto necesitaba…y aunque sabemos que las sirenas no pintaban nada en la novela del Manco de Lepanto, esa fue la última fantasía que Don Quijote de la Mancha decidió idear para finalizar su vida de la manera que su rango le exigía…aunque eso ya es otra historia de cuyo final no puedo acordarme.

domingo, 16 de marzo de 2008

"Un epílogo para Alonso" o "La maldición que separa a los amantes que no se han encontrado" (2ª Parte)

Ese día Alonso sentía que el tiempo se le agotaba. A pesar de su literaria longevidad, el caballero de cuatrocientos años sentía que su alma necesitaba descansar. El escaso tiempo que llevaba en este mundo, en esta Castilla, le había bastado para fatigar a su espíritu mucho más que las leguas que cabalgó sobre la huesuda montura de Rocinante.

“Rocinante, Galgo, mis viejos animales, mis viejos amigos, también vosotros os fuisteis”. Aquella mañana, el caballero recordó con más amargura que nunca la compañía de sus animales, el cariño de aquel galgo destartalado que aguantaba junto a la lumbre hasta el extremo de echar cabrillas. Quizá el lector se pregunte qué fue de sus animales, pues bien, como personajes de la obra, también cobraron vida real, pero corrieron una funesta suerte, culpa de un destino para el que no nacieron. Un veterinario irresponsable segó la vida de Galgo cuando le inoculó una cantidad de anestesia excesiva para tranquilizar al animal:

- Hoy en día todos los perros tienen que tener chip, tío -le increpaba su sobrina- aquello fue un accidente, Dios así lo quiso para Galgo.

- Me traéis aquí en contra de mi voluntad, me arrastráis a este infierno de odio y avaricia, me matáis a mi fiel perro…dime sobrina, ¿crees que Dios quiere todo esto?.

Rocinante corrió una suerte peor, pues Galgo no despertó, pero el viejo jamelgo murió de pena y tristeza. Las leyes locales hacían imposible que el jamelgo campara a sus anchas por las inmediaciones del piso de lujo donde residía la familia Quijano. Por esta razón tuvo que ser trasladado a una granja de las afueras de la ciudad. El paso del tiempo, la separación de su amo y su tísica figura hicieron el resto.

…………

Sin embargo, a pesar de la sosa y deprimente vida que llevaba Alonso, el mismo ideal que en la obra le hacia dar un paso tras otro, en vida le permitía abrir los ojos cada mañana y enfrentarse a la triste rutina de una vida no deseada, de un yugo demasiado pesado para él.

Si aún sigues leyendo seguramente sepas cuál es ese fino hilo que evitaba que Alonso perdiera “la locura” que daba un mínimo de esperanza a su vida. Aldonza Lorenzo, mujer bella y humilde, de llanas costumbres y buen hacer, fuerte y delicada a la vez, la mezcla más imposible, la mejor obra de la naturaleza nacida de la mente de un manco; ella era lo único que Alonso no había olvidado, lo único que nunca había dejado de amar.

Aldonza vivía también en este mundo, pues era protagonista principal, aunque fuera más conocida por el sobrenombre que recibió su reflejo en la mente de Don Quijote. Y fue ella, la campesina, la que mágicamente se encarnó en el mundo real, y no Dulcinea, que al fin y al cabo era tan sólo una ilusión dentro de un mundo imaginario.

La campesina no tardó en sentir una desazón inexplicable, al igual que le pasó a Alonso. Algo sucedió en el corazón y la mente de algunos de los personajes que no pudieron adaptarse al ritmo moderno, y más que gozar del don de la vida, anhelaban la paz que se respiraba entre las páginas del libro.

Pues bien, a fin de escapar de la prisa, el estrés y, en resumen de la vorágine que supone el día a día en este mundo actual de locos, Aldonza desapareció de escena. Simplemente se fue, se retiró donde nadie pudiera encontrarla, donde nadie la conociera. Siguiendo el consejo de algún buen amigo, adquirió un apartamento menudo (de sobra para ella) en San José, un diminuto pueblo situado en Almería.

Aldonza amaba aquel sitio, allí había conocido el mar, con una inmensidad que (aunque parezca mentira) le recordaba en cierto modo a lo infinitos que resultaban los campos de Castilla cuando se miraba al horizonte. Acostumbrada a las ásperas camisas y faldas típicas (que cubrían todo lo que se consideraba impúdico), había conocido un nuevo placer en disfrutar del mar en calas ocultas sin más traje que su piel. Nunca una manchega (de fina figura y no excesiva estatura) nadó en el mar con tanta gracia en los incomparables atardeceres de Cabo de Gata.

La campesina pasaba desapercibida en San José gracias a su nueva identidad. En un afán por mantenerse oculta y desconocida, Aldonza cambió su nombre por el de Dulce Tábaso (al principio se le ocurrió llamarse Dulcinea, pero cuando se enteró que existía en la actualidad una marca de refrescos que se llamaba así, buscó otro más sencillo, más acorde con su personalidad).

Y allí pasaba los días, y los meses…y también se acordaba de Alonso en más de una ocasión…aunque esto es algo que nadie sabe, porque a pesar de que él nunca le confesó su amor, ella también albergaba esos sentimientos en su corazón aunque nunca se atrevió a confesarlos.

sábado, 15 de marzo de 2008

"Un epílogo para Alonso" o "La maldición que separa a los amantes que no se han encontrado"

A pesar de que tengo un par de entradas casi listas, voy a mostrar (por partes, para mantener un poco el suspense) una historia que escribí hace algún tiempo. No es la historia original, he hecho algunas pequeñas correcciones/mejoras.

La historia es sencilla, y propone un final alternativo para Alonso (Don Quijote), de ahí su nombre: "Un epílogo para Alonso". Sin embargo, uno de los últimos cambios que hice fue añadirle un título alternativo: "La maldición que separa a los amantes que no se han encontrado". Este segundo título hace referencia a la búsqueda sin fin que Alonso emprende para buscar a Aldonza Lorenzo (que en su locura llamó Dulcinea del Toboso), y que pretendo solucionar con este nuevo final.

Tengo que decir, que el segundo título es una variación de un fragmento de la canción "Números Rojos" de Joaquín Sabina. En dicha canción se dice "qué maldición separa a los amantes que no se han olvidado". La primera vez que escuché esa canción, entendí erróneamente "los amantes que no se han encontrado", y me quedé con ello. Simplemente me pareció curiosa la idea de los dos amantes que estando destinados nunca lo supieron, o simplemente, no se encontraron.

Sin más, aquí os pongo la primera entrega. Espero que la disfrutéis:

“La mejor de las realidades es mucho peor que la peor de mis olvidadas fantasías”, se decía Alonso mientas se desperezaba aquella mañana de Septiembre en su confortable cama de látex. El día se presagiaba fresco, el otoño se acercaba una vez más, un año más sobre nosotros, “bien lo saben mis huesos, que pagan ahora el tributo de haber cabalgado tantas lunas y soles sobre aquel famélico jamelgo”, se lamentó mientras se esforzaba por erguirse sobre su cama.

…………

“El Quijote”, cuatrocientos años de vida, libro universal alumbrado por un manco, un preso de guerra más libre entre cuatro paredes que mucha gente de hoy. En su cuarto centenario, la fama y el éxito, y la universalidad de la obra habían hecho cobrar vida a sus personajes. Cuando alguien lee un libro da vida en su mente a todos los que intervienen en los hechos, y con “El Quijote” ocurrió algo similar…siniestro si se me permite decirlo. Tantos homenajes, lecturas y múltiples traducciones a idiomas (desconocidos para la muchedumbre profana), hicieron que Alonso Quijano y todos los personajes que conformaron la historia más grande jamás narrada cobraran vida…y aquí están, viviendo entre nosotros, fuera de la obra, fuera de si, en un mundo que lejos de ser una loca fantasía es una cruda realidad.

…………

Alonso miraba con desprecio el desayuno que le había puesto su sobrina. A pesar de los pocos años que llevaba en esta alocada realidad no lograba acostumbrarse a nada, ni a nadie.

- Dame pan de hogaza, aceite y queso muchacha, que yo te diré lo que es un buen desayuno…Si mis rivales me vieran comiendo… ¿Special K?, ¿que obra de brujería es esto que a pienso de gallinas sabe?

- Coma tío, el medico dijo que estaba usted delicado.

- Qué médico ni qué perro con sarna…- Alonso suspiró.

Alonso se lamentaba mientras miraba a través de la ventana de su piso de lujo que un ministro de cuyo cargo no quiero acordarme les había dado a él y a su sobrina. Un profundo sentimiento de melancolía le consumía sin remedio, “este no es mi tiempo”, se decía, “qué crueldad hacerle esto a un pobre viejo”, se repetía, “más allá de toda fama, dejen morir de olvido a este anciano caballero”.

Todo había cambiado, todos habían cambiado sus hábitos, y Alonso se consumía en la gloria que le hacía eterno. Agasajado a su llegada, ahora yacía postrado en un sillón vibrador que adornaba su salón. La medicación que los matasanos le habían impuesto (y que su sobrina le suministraba en los alimentos para despistar a su perspicaz tozudez) le habían arrastrado del mundo de fantasía en el que era feliz, en el que era un gran caballero, el caballero de la triste figura.

Alonso sufría una agonía sin fin, fruto de su añoranza a los áridos campos de Castilla, moría en vida por volver a recorrer su tierra, atravesando viñas y olivos, con su amigo, su escudero, su hombre de confianza. En el silencio de su estancia sentía que aquella realidad era realmente una maldita alucinación, un infierno que le mantenía preso en cuerpo y alma, y que le encarcelaba en aquella casa, postrado en su sillón, como el viejo decrépito que había llegado a ser. Aquella situación había hecho que Alonso deseara realmente la muerte, pero la fama de la obra a la que debía la vida era tal, que se le había concedido una extraña e innatural vida y vitalidad. No obstante, su cuerpo y su alma caminaban por senderos opuestos.

…………

Mirando a través de su ventana, Alonso escrutaba una vez más el horizonte tratando de ver algún camino de tierra, uno de aquellos que en sus tiempos de caballero hubiera recorrido. Pero lo único que su vista le brindaba en la borrosa lejanía era una máquina infernal para transportar gente, y que lejos de parecerse a cualquier ser alado salvaje o de corral, se llamaba AVE. Alonso no entendía nada, no quería entender nada.

Por un breve instante, el anciano se perdió en sus recuerdos, y se vio a si mismo en la única historia que había vivido en este tiempo, donde pensaba que habían desaparecido los caballeros andantes y los nobles actos con los que hacían honor a su nombre. Recordó cómo al poco de llegar, inexplicablemente a nuestro siglo, se escapó de su casa (como él acostumbraba), y por un innato instinto visceral acabó en Los Campos de Montiel (observando con agrado que Villanueva de los Infantes mantenía algo de el encanto original, en sus casas y en sus gentes). Sus pasos le llevaron (en no más que dos días de camino) al pueblo de Montiel, donde las ruinas de su castillo le recordaron que los reyes y las princesas habían pasado a ser una raza extinta. Sin embargo, aquellos hechos son otra historia…

Alonso volvió en sí y la tristeza le envolvió de nuevo al recordar donde estaba, las viejas glorias le hundían violentamente de nuevo en la miseria, más que alzarlo en la gloria que tanto se merecía.

…………

Quizás el ávido lector se pregunte por qué Alonso sentía tanta soledad cuando se vio arropado de tantos conocidos y amigos en su vida Quijotesca, pues es bien sencillo: la transición de la vida de ficción a la vida real no fue tan traumática para todos como para Alonso.

La rica variedad de pintorescos personajes de “El Quijote” se diluyó en el mundo real como una simple gota de leche en un café cargado. El caso más señalado fue el de Sancho, el fiel amigo e inseparable escudero de Alonso, compañero de aventuras y desventuras. Aquel hombre que compartió hambre, calor y frío; aquel hombre que durmió a los pies de su amo en mugrientas posadas. Sancho, que trató de rescatar al caballero de sus peligrosas fantasías, apenas hablaba lo llamaba una vez al mes por teléfono…cuando lo llamaba.

La sobrina de Alonso lo justificaba: “Tío, Sancho tiene que cuidar de su familia, tiene que abrirse camino en esta vida”, pero Alonso no lo comprendía, “Sancho es una perra infiel que ha vendido a su señor por un puñado de reales y tierras que no utilizará en su vida. Sancho era un hombre honrado que ahora roba y se enriquece a costa de los pobres…si en otro tiempo hubiera sido, bien segura has de estar, muchacha, que yo lo hubiera ajusticiado con mano dura y lanza presta”.

Sancho, aquel hombre honrado y bonachón, había creado una constructora con un premio que un alcalde (de una ciudad de la que realmente no quiero acordarme) le había concedido a su llegada por ser uno de los personajes principales de la historia. Se decía que Sancho tenía trato con gente importante, que hablaba con pudientes, y que se enriquecían con no sé que cosa que se llamaba especulación. Probablemente uno de los factores que más hundió a Alonso fue la pérdida del báculo de su vejez, de su mejor amigo y compañero. Alonso nunca asimiló la nueva personalidad y la ambición sin medida de Sancho. El hombre poderoso en el que se había convertido en Castilla había degollado de un tajo al hombre honrado que un día, muchas aventuras atrás, conoció Alonso. Aunque parezca raro, de la familia de Sancho, tan sólo su hija Sanchica tenía un trato más estrecho con la casa de Alonso. La oronda joven que nunca tuvo relación con el anciano, era ahora una joven educada, una mujer de provecho que estudiaba una cosa que los de hoy llamaban Informática en una ciudad que no tenía nada de real. Sanchica visitaba de vez en cuando a Alonso y a su sobrina, y pasaba algunas tardes de sábado sentada con ellos, escuchando como Alonso le contaba las andanzas que vivió con su padre. En más de una ocasión, el anhelo hizo que Alonso derramara una lágrima esquiva que achacaba a una dolencia ocular, aunque la dolencia real estaba en su corazón, que se resentía al rememorar lo que un día fue una vida llena de aventuras y orgullo. (Fin de la primera parte)

miércoles, 5 de marzo de 2008

Un poco de todo, aunque nada en el fondo

"Se agua fresca, lluvia fina, tormenta de verano, gota fría en mes de mayo, ola que rompe furiosa, niebla densa que baja y ciega...pero si no secas luego mis ojos, prefiero morir de soledad y frío"