Verano, y Stampida se sentía frío y sólo, se permitió parafrasear a García Márquez diciéndose "esto era la crónica de una pérdida anunciada". Aquel día sentía auténticos temblores, le recordaban a los que antaño sintió cuando era pequeño y temía a la oscuridad. Sin embargo, estos temblores eran mucho peores, el miedo era infinitamente mayor.
Sentía como si su equilibrio dependiera sólo de la consistencia de su piel y sus huesos. Se venía abajo, tenía el alma en los talones. Se sentía sólo carcasa, cáscara seca, la boca le sabía a retama. Su vació interior se llenaba de un torbellino de duda y dolor, llevaba tiempo sin experimentar esos dolores, y sospechó que ya no le quedaba mucho. Su función estaba acabando y ya no se acordaba del resto de su guión.
Totalmente destemplado se sentó en la ducha bajo el agua caliente que golpeaba su cabeza. Sus oídos inundados le aislaban del resto del mundo, escuchaba sus pensamientos y no eran leídos por su voz, aquella voz era preciosa. Intentaba recordar su yo mismo de hacía años, cuando todo era perfecto y la sencillez cotidiana le hacía un hombre completo. Ya no se atrevía a abrir su caja de recuerdos, le daba miedo lo que allí había, y sólo el pensar en la caja guardada al fondo del armario hacía que la hiel subiera por su garganta.
Pensando si se atrevería a dar el siguiente paso, y el único que para sí quedaba, Stampida se dijo "muchacho, sabías que ibas a perder, y has perdido".
La luz se fue, el agua se volvió fría y él no supo que hacer…o no se atrevía a hacerlo.