…y para que a todos los observadores les quedara claro gritó lo siguiente sin poder dejar de llorar: ni una más, se acabaron las brazadas contra el viento y los tentáculos que siempre tiraban hacia el fondo del azul.
Esa era la última vez que contemplaba rostros de mármol, “para caras duras la mía”. Cogió las únicas ropas que había a su alcance, pesadas como el hierro, y vistiéndolas con facilidad por esfuerzo al que se había sometido arrancó a paso ligero directo hacia una puerta que no sabía si existía, pero que ahí estaba, que cruzaría.
Si la puerta no se abre, se arranca, ya se llamó demasiadas veces sin obtener respuesta.
Recordó cuando cantaba sin ganas, cuando susurraba, cuando las palabras apenas se derramaban por su boca, impulsadas por un hilo de voz que denotaba pena. Recordó cuando cantaba para respirar, nada le merecía la pena y la tristeza que otrora pisaba, había crecido y alcanzaba niveles alarmantes. No sabía ya si alguna vez había sido feliz ahora que echaba la vista atrás. La boca le sabía a retama, y odiaba la sinjactancia ajena, el desplante “porquesí”.
Hoy era su último día como poeta tenebrista. Como tantas veces se dijo (pero esta vez ya no en vano), hasta aquí hemos llegado, ya no me vuelves a torcer la risa.