domingo, 14 de junio de 2009

Lo que nunca se dijo

La inspectora Cordelia observaba el escenario del crimen. Había ordenado a sus hombres que salieran de la habitación y sólo un inexperto policía se encontraba con ella, apuntando las ideas, pistas y conclusiones que la inspectora susurraba conforme examinaba la extraña escena.
Una voz anónima alertó de la muerte de Alejandro, escritor y amante de primera, murió joven sin enemigos. Aunque manejaba con destreza la palabra escrita, siempre fue parco en palabras, siempre hablo con sus manos y su mirada. Sólo abría la boca cuando ya no podía más, y sólo unos pocos los sabían.
Cordelia observaba el cadáver de Alejandro, y se preguntaba por qué lo habían ahogado con tinta negra. El joven había muerto mientras dormía, su mirada era apacible, y un hilo de tinta se derramaba por la comisura de sus labios. La tinta llenaba su garganta, inundaba sus pulmones, había rezumado por su boca y empapaba las sabanas azules que dibujaban un fondo marino.

La inspectora, que guardaba silencio, se acercó al cadáver, se acerco mucho, muchísimo. Observó la hilera de tinta que salía de su boca. Se limitó a decir dos palabras tras un profundo suspiro: "qué pena".
El inexperto policía, que por algo era inexperto, se adelantó a vaticinar cuál podría haber sido el final de Alejandro, "inspectora, obviamente le han hecho tragar tinta hasta morir". Asertó con satisfacción. "Seguramente le molestaría a algún colega escritor envidioso" -justificó. Cordelia miró al policía, hizo una mueca de despreció, y le preguntó "¿te has dado cuenta que desde que estamos aquí no ha dejado de salir tinta de su boca?". Aquello dejó sin palabras al policía. Desde que habían llegado, el caudal del hilo de tinta se había mantenido constante, fino pero constante.

La teoría de Cordelia fue tajante: "algunas personas mueren por lo que hablan, otras mueren por lo que callan". La inspectora sacó esta conclusión cuando observando de cerca el hilo de tinta, notó que no era un chorro tal cual, sino una hilera de versos, palabras, sentimientos, sensaciones, mil declaraciones, mil "tequieros", mil "ojala y me perdones"... Alejandro calló tantas cosas y por tanto tiempo que sólo en forma de palabra escrita pudieron brotar de su cuerpo, ahogándolo cuando ya no pudo más. Las manchas en las sábanas eran composiciones preciosas y especiales de palabras cuidadosamente seleccionadas. Escritas en letra ínfima y apelotonada, parecían manchas ante ojos inexpertos. Cordelia supo mirar algo más.

Resuelto el caso, sólo una duda se quedó la inspectora para sí..."¿por quién se le atragantaron al escritor todas aquellas palabras?¿a quién no pudo decir todo aquello?".
Cordelia guardó fotos de máxima resolución de todas las manchas de tinta que pudo encontrar en la cama. Las conservaría hasta que diera con la persona a quien iban dirigidas. Las palabras de Alejandro no podían perderse en el olvido...ni en una lavadora con detergente efectivo.

miércoles, 10 de junio de 2009

Hasta aquí hemos llegado

Como se le habían juntado demasiados bofetones en los últimos días, pensó que lo más sensato era cambiar de piel, y ponerse una de esas de los superheroes que son duras como piedras. Nunca fue tan duro como parecía, nunca fue tan malo como le dijeron...al fin y al cabo siempre se había visto obligado a llevar un caparazón con el que aguantar cosas que ya no debía.

lunes, 8 de junio de 2009

Lo de siempre..siempre!

Sólo envidia y ambición! Pasaré sobre tu cabeza.
Confía en mi, dame tu mano, me la quedaré si me interesa.
Mascara de sonrisas, complicidad, ¿qué planeas?,
acércate a mi lado, para matarte, mejor cuanto más cerca.

Se desvanece la amistad, sólo queda miedo y recelo,
si te viene bien, sé que volverás a hacerlo.
Métela doblada, busca cualquier consentimiento,
la excusa siempre da igual, cuando sacas tajada de ello.

Qué triste resulta cuando olvido cómo eras,
qué triste tener que aceptarte, viendo cómo ahora me observas,
giras tu cabeza, complaciente, y despotricas contra quien sea,
si con eso te quedas a gusto...a mi no me interesa.

Hoy vuelvo a desconfiar de la gente, no quiero ser como ellos.

PS. No pretendo hacer poesía, sólo escribo lo que veo

martes, 2 de junio de 2009

En mirando a la reversa

…y para que a todos los observadores les quedara claro gritó lo siguiente sin poder dejar de llorar: ni una más, se acabaron las brazadas contra el viento y los tentáculos que siempre tiraban hacia el fondo del azul.

Esa era la última vez que contemplaba rostros de mármol, “para caras duras la mía”. Cogió las únicas ropas que había a su alcance, pesadas como el hierro, y vistiéndolas con facilidad por esfuerzo al que se había sometido arrancó a paso ligero directo hacia una puerta que no sabía si existía, pero que ahí estaba, que cruzaría.

Si la puerta no se abre, se arranca, ya se llamó demasiadas veces sin obtener respuesta.

Recordó cuando cantaba sin ganas, cuando susurraba, cuando las palabras apenas se derramaban por su boca, impulsadas por un hilo de voz que denotaba pena. Recordó cuando cantaba para respirar, nada le merecía la pena y la tristeza que otrora pisaba, había crecido y alcanzaba niveles alarmantes. No sabía ya si alguna vez había sido feliz ahora que echaba la vista atrás. La boca le sabía a retama, y odiaba la sinjactancia ajena, el desplante “porquesí”.

Hoy era su último día como poeta tenebrista. Como tantas veces se dijo (pero esta vez ya no en vano), hasta aquí hemos llegado, ya no me vuelves a torcer la risa.