Como en otras ocasiones, me encontré charlando con Homer Simpson. Son muchas las veces que hemos estado uno frente a otro hablando de los temas más dispares.
Hacía tiempo que no me dedicaba a hablar con él. Lo encontré destrozado, sentado en una acera desnuda, sin papeleras, ni farolas, ni bancos…nada, sólo Homer. Me acerqué y como en otras ocasiones le traje un búlgaro de chocolate. Aunque la mayoría de la gente piensa que Homer se vuelve loco por una rosquilla, son los búlgaros de chocolate lo que más le gusta. Hoy no lo probó.
Tras un silencio incómodo pregunté a Homer porqué estaba así, porque su jardín no estaba verde, porque las persianas de su casa estaban bajadas, porque su camisa no estaba lisa. Homer juntó los hombros en señal de “no sé qué pasa”, pero a continuación habló…Marge había muerto esa mañana. Murió tras más de un año de una enfermedad que podría haberse curado con unas pocas palabras y una mirada hacia el futuro.
Le pregunté qué sentía ahora, tras tanto tiempo…qué le quedaba de Marge, qué sentía tras su perdida, qué esperaba del futuro…Homer quedó en silencio, y me habló sobre una revelación que fue conformando poco a poco a lo largo de su vida, y que hasta ahora no se había materializado en su mente como dolorosa conclusión. Homer fue directo en sus palabras: “Margue ha muerto, amaba a Marge…el tiempo no hace que el amor se transforme en cariño, al principio hay hormonas, nervios y deseo, pero el amor se construye con el paso del tiempo, es una solida construcción que necesita ser levantada con el paso de los días, de los meses, de los años, y con ese paso del tiempo te vuelves uno con la otra persona, entiendes y sientes lo mismo, te haces uno, cada uno en su mitad, pero uno.…He perdido….he perdido…todo…del futuro sólo espero perdón y…que sea un futuro breve”.
Me devolvió el búlgaro de chocolate, ni lo había mirado. Con un poco de chocolate adherido a sus dedos, Homer accionó una pequeña grabadora que tenía en sus manos. La voz de Marge sonó débilmente, se escuchaba “…tú eres tan hermoso para mi…”, y aunque eso no me lo contó, Homer sintió los brazos de Marge rodeándole la cabeza mientras reposaba en su regazo. Ese sentimiento fantasma sumió a Homer en el recuerdo y a penas murmuró algo cuando me fui de allí.
De camino a casa, no podía dejar de pensar en aquella canción, “…tú eres tan hermoso para mi…you are so beautiful , for me…”. Una vez más, Homer me enseñaba algo más de la vida, algo tan sencillo que casi nadie se detiene a ver.
“…tú eres tan hermoso, para mi…”
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