Era un día normal, una
mañana normal, un “buenos días normal”, un desayuno común, una felicidad
lineal, un pulso regular, una inercia adquirida y aceptada…unas escaleras
normales hacia una calle común, una puerta de entrada normal, y un día gris
como tantos…
…y de repente él se
cruzó con un olor distinto, una vibración desconocida, el pulso cambió y se tornó irregular, taquicardia, nervios y miedo, caída…el día se abrió en un
segundo y su cuerpo se giró contra su voluntad. Algo frenaba su pesado caminar y
le obligaba a girar el sentido de la marcha. Sentía miedo, pues la normalidad
comenzaba a perder sentido, su cuerpo experimentaba algo desconocido que ya había olvidado, que
había desterrado, que se había resignado a perder.
…el día se abrió para
él y cuando giró, el sol que despuntaba por el horizonte le cegó, no podía ver
nada…nada más que aquel rostro, de ojos verdes y una sonrisa que le llegaba al
alma, y contra su voluntad, sonrió. Y su vida dejó de ser normal, se tornó colorida, y sintió emoción y matices en
cada detalle que le rodeaba.
…y para ella, aquella
que se interponía entre él y el horizonte, la de aquellos ojos verdes, la de la
sonrisa inmensa e infinita que le hacía temblar...para ella, la vida también dejó de ser aquel camino de angosta
normalidad...